Lectura Bíblica: Romanos 15: 1 al 3. Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí.
Nota: El comienzo del capítulo 15 tiene la apariencia de un nuevo principio. En realidad, el apóstol resume lo que ha estado diciendo sobre los débiles, e indica cuál ha de ser la actitud de los fuertes hacia ellos. Pero el comienzo no se detiene allí. Pronto se amplía en su alcance y fija la atención de toda la congregación—y de todos aquellos que posteriormente serán puestos en contacto con esta carta—en Cristo, cuyo ejemplo de abnegación a favor de otros debiera ser seguido tanto por los débiles como por los fuertes.
Cuando Pablo dice: “Nosotros que somos fuertes”, se ubica a sí mismo entre los fuertes. Y cuando continúa: “debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles”, quiere decir, “Hay una obligación moral-espiritual que pesa sobre nosotros, los fuertes; a saber, no pensar solamente en nosotros sino también en las necesidades de otros, y en el caso que nos ocupa, en las necesidades de los que son débiles”. (Véase 1 Co. 10:33. como también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos.)
(15:1 al 3) Fraternidad—ministerio—débil—debilidades: en una iglesia fuerte, el que está firme soporta las debilidades del débil. Los creyentes débiles son descritos en el capítulo 14. Son …
- los que juzgan, se quejan, murmuran, y critican (cp. 14:2-3, 10, 13).
- los que todavía confían en una conducta legalista, una conducta de prohibiciones y mandatos (Ro. 14:1, 14-15).
- los que desobedecen la Palabra de Dios y están en contra de mandatos específicos de Dios (Ro. 14: 10-12, 16-23).
La palabra «soportar» (bastazein) no significa soportar en el sentido de aguantar y tolerar en una actitud molesta. Significa llevar consigo al débil, sostenerlo, llevarlo como un padre o madre llevarla a un hijo: con amor y ternura, con comprensión y cuidado.
-1. ¿Cómo podría prevalecer en la iglesia una actitud como la descrita? La Escritura da claramente la respuesta: «Cada uno de nosotros agrade a su prójimo.» Es así de simple: no nos agrademos a nosotros mismos. sino agrademos a nuestro prójimo; vivamos para su bienestar y edificación. No importa lo que queramos …
- el lugar donde quisiéramos ir,
- la bebida que deseemos tomar,
- la comida que nos gustaría comer,
- la película que desearíamos ver.
- la cosa que quisiéramos comprar,
… sí va a ser piedra de tropiezo para nuestro hermano, no lo hagamos. Agradamos, ayudamos, sostenemos y vivimos para el bienestar de nuestros hermanos y hermanas para que puedan ser edificados y fortalecidos en la fe.
– 2. El creyente tiene el mayor de todos los modelos en todo el mundo para negarse a sí mismo y vivir para el prójimo: Jesucristo mismo. «Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo».
- Los oprobios lanzados contra Dios —la maldición, el rechazo, la incredulidad, la negación, la hostilidad, toda la deshonra y rebelión contra Dios— hirieron el corazón de Cristo. En consecuencia, Cristo se presentó para llevar los oprobios lanzados contra Dios: vino a la tierra y cargó con el pecado de los oprobios e hizo posible que toda persona alabara a Dios en lugar de insultar su glorioso nombre. El celo por quitar toda la deshonra arrojada contra Dios consumió a Cristo y cayó sobre Él. (Cp. Sal. 69: 19-20. Tú sabes mi afrenta, mi confusión y mi oprobio; Delante de ti están todos mis adversarios. El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; Y consoladores, y ninguno hallé.)
Note el punto: Cristo no vino para agradarse a sí mismo. No oró: «Padre quita de mi esta copa de sacrificio y negación, no importa lo que sea». Su oración fue: «Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39). Jesucristo es el ejemplo del creyente que busca agradar a otros en lugar de agradarse a sí mismo.
«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser Igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente basta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:5-8).
«Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas» (1 P. 2:21).
«Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los Injustos para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu» (1 P. 3:18).
«Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Is. 53:5).
Pensamiento 1. ¡Qué espíritu glorioso prevalecería en la iglesia si esto realmente fuese puesto en práctica como las Escrituras dicen: por «cada uno de nosotros»!
«En todo os be enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir» (Hch. 20:35).
«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gá. 6:2).
«Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y maltratados como que vosotros mismos estáis en el cuerpo» (He. 13:3).
«La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo» (Stg. 1:27).
Pensamiento 2. Note cuán transformador es este punto. El creyente serio ya no pregunta si una conducta dudosa es correcta y moral, sino si es buena para su hermano. ¿Edificará esto a su hermano?
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos» (Mr. 12:30-31).
«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os be amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Jn. 13:34-35).
«El amor no hace mal al prójimo: así que el cumplimiento de la ley es el amor» (Ro. 13:10).
«Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación» (Ro. 14:19).
«Por lo cual nos gozamos de que seamos nosotros débiles, y que vosotros estéis fuertes; y aun oramos por vuestra perfección» (2 Co. 13:9).
«Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gá. 5:14).
«Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Ef. 4:29).
«Si en verdad cumplís la ley real, conforme a las Escrituras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Stg. 2:8).
Nota del expositor Bíblico: El ejemplo de entrega de Cristo, para pagar una deuda que no le pertenecía, alienta al joven a considerar que no estamos aquí para agradarnos a nosotros mismos sino a Dios que nos llamó para su gloria.
1er Titulo: El joven convertido agrada a Dios cuando soporta en amor al débil. Versículo 1. Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. (Léase: Gálatas 6:1 y 2. Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. ▬ 1ª a los Tesalonicenses 5:14. También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos.).
No se complazcan a ustedes mismos sino también a los débiles (15:1): Pablo ha estado revelando que está de acuerdo con el grupo fuerte y ahora nos hace explícita la identificación con ellos, comenzando el versículo: “los fuertes en la fe debemos apoyar a los débiles” (dynatai, el adjetivo afín de dynamai, “ser capaz” o “tener la fuerza”). Luego, Pablo ordena a los fuertes que reduzcan sus reacciones exageradas y que literalmente “sobrelleven las debilidades de los no fuertes”. “Debilidades” son esa pobre fe que los obliga a obedecer las leyes alimentarias, los días santos y otras regulaciones. Pablo está usando un lenguaje que recuerda a Gálatas 6:2, “Ayúdense unos a otros a llevar [= “soportar”] sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo”.
Es difícil saber exactamente qué le está pidiendo Pablo a los fuertes. Ciertamente no quiere que les muestren a los débiles el error de sus caminos. Eso es lo que ha estado causando las dificultades, como lo deja claro en el capítulo 14. Les dijo a los fuertes en 14:13–18 que aceptaran a los débiles y que no dañaran su fe. Por lo menos, los exhorta aquí a no dominar a los débiles sino a llevar sus cargas. Esto significa más que solo tolerancia para sus puntos de vista; los fuertes deben tratar de entender de dónde vienen y por qué, así como adoptar un enfoque amoroso hacia ellos en general. Pablo quiere que sean empáticos con los débiles y que muestren una compresión amable del problema.
A medida que se vuelven compasivos con los cristianos judíos débiles, los fuertes “no deben hacer lo que les agrada”. Deben negarse a alardear de su libertad y proclamar su posición superior sin tener en cuenta las convicciones de los débiles. Es un llamado a la prudencia, la compasión y una conciencia profunda de lo importante que es el problema para estos cristianos judíos. Deben querer fortalecer a los débiles, no derribarlos, y hacer un esfuerzo adicional para hacerlo. Esto es en realidad una obligación cristiana en general (“debemos”) que nos incluye a todos. Dios lo requiere de nosotros.
Mostrad este amor a todos Gálatas 6.1-2: En contraposición a la rudeza (5:26), el apóstol coloca la mansedumbre. Y dice: 1. Hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna transgresión, vosotros que sois espirituales restauradle con un espíritu de mansedumbre … Digamos que aquí tenemos a una persona que, sin haber planeado deliberadamente efectuar una mala obra o embarcarse en un rumbo extraviado, “es sorprendido en una transgresión”. Aun antes de darse cuenta total de la naturaleza éticamente reprensible o injuriosa del acto, ya lo ha cometido. Fue “sorprendido”. Entonces se presenta la pregunta, ¿Cómo debe tratarse dicho caso? La respuesta es que los miembros de la iglesia que son más consistentes en seguir los impulsos del Espíritu (5:16, 18, 25), deben, en un espíritu de dulzura o mansedumbre (cf. 5:23), restaurar al que cometió la falta. La palabra restaurar significa arreglar, esto es, hacer que algo o alguien vuelva a su posición anterior de integridad o pureza. De este modo se usa para la reparación de redes (Mt. 4:21; Mr. 1:19) y para el proceso de perfeccionar el carácter humano (2 Co. 13:11 “perfeccionados”). Cf. Lc. 6:40; 1 Ts. 3:10. La idea principal aquí es con toda seguridad la siguiente: “La acción a seguir respecto al transgresor debe ser positiva, no negativa. No le dañéis, sino que ayudadle. Tratadle como os gustaría ser tratados si estuvieseis en su lugar”. Continúa: mirando constantemente a ti mismo—nótese el cambio del plural (“vosotros que sois espirituales, etc.”) al singular—no sea que tú también seas tentado. La rudeza o la jactancia no le queda bien a la persona que en cualquier momento pueda ser tentada también. En lugar de ser santurrón y arrogante, cada uno debe orar según lo que dice pasajes como Mt. 6:14; 26:41; Mr. 14:38; Lc. 22:40. La persona que piensa que está firme debe cuidar mucho más de sí mismo, no sea que caiga (1 Co. 10:12, 13).
Nótese cómo Pablo mismo practicaba lo que enseñaba. ¿No era cierto que muchos de los gálatas habían errado, y no poco sino seriamente? Con todo, aunque él no los perdonó (1:6; 3:1ss; 4:11; 5:7), ¿acaso no los trató tiernamente (4:12ss,19, 20)? Este capítulo comienza con una palabra cariñosa, “hermanos”, véase sobre 6:18.
En completa armonía con el versículo precedente, Pablo dice: 2. Llevad los unos las cargas de los otros. Esto no significa sólo “tolerar” o “aguantar unos a otros”. Significa: “hombro a hombro soportar el peso de la carga de cada miembro”. Cada uno debe poner su hombro bajo las cargas debajo de las cuales este o aquel miembro gime, sea la carga que fuere. Estas
cargas deben cargarse171 colectivamente. Aunque la frase “las cargas de los otros” es muy general y se puede aplicar a todo tipo de aflicción opresiva capaz de ser compartida con la hermandad, sin embargo, debe recordarse que el punto de partida para esta exhortación (véase sobre 6:1) es el deber de extender la mano para ayudar al hermano a fin de que él pueda vencer su debilidad espiritual.172 Continúa: y cumplid así la ley de Cristo. Esta ley de Cristo es el principio de amor de los unos para con los otros que Cristo mismo estableció (Jn. 13:34; véase también Gá. 5:14; cf. Stg. 2:8). Sin embargo, Cristo no sólo promulgó esta ley, sino que también la ejemplificó. Nótese la ternura con que la trató a: la mujer pecadora (Lc. 7:36–50), el ladrón penitente (Lc. 23:43), Simón Pedro (Lc. 22:61; cf. Jn. 21:15–7), un inválido (Jn. 5:14) y a la mujer que fue hallada en adulterio (Jn. 8:11). Nótese también la recepción maravillosamente generosa con la que, según la parábola del hijo pródigo que Cristo pronunció, se recibe al penitente que regresa. Pablo constantemente nos muestra el ejemplo de Cristo (Ro. 15:3–8; 2 Co. 8:9; Fil. 2:5–8), como también el precepto de Cristo.
Lo que sigue a continuación está en íntima conexión con la idea presentada en los versículos 1 y 2. La conexión que hay con el versículo 1 se puede expresar como sigue: “mirando constantemente a ti mismo, no sea que tú también seas tentado … porque si alguno se imagina que es algo …” Y la conexión con el versículo 2 sería esta: “Llevad los unos las cargas de los otros, porque nadie puede estar firme por sí solo … porque si alguno se imagina que es algo …” Por consiguiente, el apóstol escribe: 3. Porque si alguno se imagina que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Lo que nos hace tiernos y generosos, humildes y mansos, compasivos y serviciales hacia los demás es el hecho de darnos cuenta de lo poco que somos nosotros. Esto no quiere decir que alguien debe desesperarse, pensando, “No soy nada, y soy totalmente incapaz para hacer cualquier obra del reino”. Muy por el contrario, Pablo afirma, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). El sentimiento malsano con que uno se desprecia a sí mismo es una injusticia hacia el Dador de todo don perfecto. Pablo no aceptaría nada así. Él está consciente que cuando el Espíritu Santo distribuyó sus dones, él (Pablo) no fue pasado por alto. Por eso, él se llama a sí mismo un perito arquitecto (1 Co. 3:10), un administrador de los misterios de Dios (1 Co. 4:1; cf. 9:17). Se clasifica por sobre diez mil ayos (1 Co. 4:15). Sabe que él puede hablar en lenguas “más que todos vosotros” (1 Co. 14:18). Está convencido que como apóstol ha “trabajado más abundantemente” que cualquiera (1 Co. 15:10). Véase también 2 Co. 11:22, 33; Gá. 1:1, 14 y Fil. 3:4–6. Pero atribuye todos esos dones al Dador de ellos (Ro. 12:3; Gá. 6:14), y jamás pide algún crédito personal por ninguna virtud o talento (Ro. 7:24, 25; 1 Co. 4:7). Además, debemos recordar que Pablo no está diciendo, “Porque si alguno se imagina que es algo, se engaña a sí mismo”. Lo que afirma es, “Porque si alguno se imagina que es algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”. Pablo está atacando el espíritu de presunción. Este fue el error que hizo que Pedro negase al Señor (Mt. 26:33, 35; Mr. 14:29, 31; Lc. 22:33; Jn. 13:37), y que impidió que el fariseo fuese bendecido (Lc. 18:9–14), así como mucho antes trajo a Goliat a su derrota (1 S. 17:42–44), y la de Benadad (1 R. 20:1ss), de Edom (Abd. 1–4), y Nabucodonosor (Dn. 4:30; cf. Is. 14:21ss). Véase también Ap. 3:17; 18:7.
1ª a los Tesalonicenses 5:14. En virtud del hecho de que, al instar a los tesalonicenses a ser respetuosos con sus líderes, Pablo pensaba especialmente en las personas desordenadas que hicieron necesaria esta amonestación, no es de extrañar que la próxima instrucción comience entonces: Y os instamos, hermanos, amonestad a los desordenados, alentad a los de poco ánimo, ayudad a los débiles, ejerced paciencia para con todos.
En la congregación de Tesalónica había tres grupos que necesitaban atención especial: los desordenados, los de poco ánimo, y los débiles.
La palabra desordenados y de poco ánimo (ὁ λιγόψυχος-οι—las “almas pequeñas”—, Is. 35:4 en la LXX) no ocurre en ningún otro lugar en el Nuevo Testamento. La palabra débiles (ἀσθενής-εῖς, i.e., sin fuerza) ocurre frecuentemente, y se usa tanto en caso de debilidad física (Mt. 25:39, 43, 44; Lc. 10:9; Hch. 4:9; 5:15, 16) como de enfermedad moral y espiritual (Ro. 5:6; 14:1; 1 Co. 8:7, 9, 10; 9:22; 11:30; etc.).
Ya hemos encontrado a cada uno de estos grupos anteriormente. Así, los desordenados—es decir, los que caminan irregularmente como soldados que marchan a destiempo en las filas—son los fanáticos, entremetidos, y haraganes (4:11, 12; 5:12, 13; y cf. 2 Ts. 3:10). Los de poco ánimo son probablemente los preocupados por los amigos y parientes que habían partido y/o por su propia condición espiritual (4:13–18; 5:4, 5, 9). Y los débiles bien podían ser los que se caracterizaban por su tendencia hacia la inmoralidad (4:1–8). Así interpretado, cada pasaje se explica a la luz de los otros dentro de la misma epístola, sin que se introduzcan cosas nuevas. Estamos, por supuesto, prontos a admitir que esta presentación podría ser inexacta. Así, por ejemplo, el tercer grupo (“los débiles”) bien pudo haber incluido a aquellos individuos que, aunque espiritualmente inmaduros, no se hallaban necesariamente en peligro de traspasar los límites de la decencia en asuntos relacionados con el sexo. Además, estos tres grupos hasta cierto punto pueden trasladarse.
Es tan claro como el día que estas amonestaciones están dirigidas a la congregación entera—obsérvese la palabra hermanos (véase sobre 1:4)—es decir, en cada caso, a todos los miembros excepto a los que se mencionan específicamente en la amonestación. Así, todos menos los desordenados deben amonestar a los desordenados; todos excepto los de poco ánimo deben alentar a los de poco ánimo, etc. Ha de ejercitarse la mutua disciplina por todos los miembros. Es un error dejar todo esto solamente en manos de pastores y ancianos.
En cuanto a los imperativos en presente empleados aquí, en primer lugar, Pablo pide a los hermanos amonestar a los desordenados. Sobre el verbo véase el comentario sobre el versículo 12. La amonestación podría tomar la forma sugerida por Pablo mismo en 4:11, 12; 5:12, 13. Es lógico que los de poco ánimo deben ser alentados (véase sobre 2:11 y sobre Juan 11:31). Los débiles deben ser ayudados, o sea, no deben ser abandonados. Los hermanos deben “apegarse” a ellos, proveyéndoles toda la asistencia moral y espiritual necesaria.
Así, en lugar de rechazar rápidamente a alguien, ya sea desordenado, de poco ánimo, o débil, se debe mostrar paciencia (o longanimidad, μακροθυμία) hacia todos. Cf. Gá. 5:22; Ef. 4:2.
2° Titulo: Debemos participar en la edificación de nuestro prójimo. Versículo 2. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. (Léase: Gálatas 5:14. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.; ▬ 1ª a los Tesalonicenses 5:11. Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.).
Agradar al prójimo (15:2–3): En el versículo 2, Pablo dice lo mismo de dos maneras. Deberíamos “apoyar a los débiles”, lo que significa que nos negamos a agradarnos a nosotros mismos, pero también, buscamos “agradar al prójimo para su bien”, es decir, a los débiles, “por su bien”. Ciertamente, Pablo tiene el mandato central de Levítico 19:18 en mente, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, volviendo a su enseñanza en Romanos 13:8–10. Si bien puede estar dirigiéndose a ambos grupos aquí, el contexto muestra que su enfoque principal sigue siendo el fuerte, que tenía la mayor obligación (v. 1). El amor se redefine como un deseo de agradar al otro.
Los fuertes deben llegar a comprender la mentalidad cristiana judía, y su objetivo debe ser agradar al débil espiritual (véase Ro12:1–2 sobre la voluntad “agradable” de Dios). Agradar se define de dos maneras: su bien y su edificación (como en 14:19). Esto significa buscar lo mejor para ellos espiritualmente y, como en 14:15, lo que no les traerá el tipo de daño espiritual que puede destruirlos. El objetivo es ayudar a los débiles a crecer en el Señor, a “edificarlos” en Cristo, fortalecer a sus compañeros creyentes en el Señor. Los fuertes deben dejar de castigar a los débiles por sus deficiencias con respecto a la ley y comenzar a ayudarlos a maximizar la obra del Espíritu en sus vidas. Esta es una lección importante para nosotros. Si los calvinistas y los Arminianos o los dispensacionalista y los reformados intentaran entenderse y apreciarse mutuamente a este nivel de profundidad, habría menos divisiones en las iglesias de las que hay.
Gálatas 5:14: Cuando Pablo previene a los gálatas que no conviertan la libertad en una oportunidad para la carne, sino que se sirvan los unos a otros por amor, él coloca el servicio en contra del egocentrismo, lo positivo contra lo negativo. Pablo hace esto con frecuencia: véase Ro. 12:21; 13:14; 1 Co. 6:18–20; Ef. 4:28, 31, 32; 5:28, 29; 6:4; Col. 3:5–17; 1 Ts. 4:7, etc. El vicio sólo puede ser vencido por la virtud, la cual es un don del Espíritu y la responsabilidad del hombre. Continúa: 14. Porque toda la ley se cumple, en una palabra, a saber: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pablo está citando Lv. 19:18. También podríamos decir que está citando las palabras de Jesús (Mt. 22:39, 40; Mr. 12:31; Lc. 10:27; cf. Mt. 7:12; 19:19; Ro. 13:8–10; y 1 Co. 13). Por tanto, el amor es tanto el resumen (epítome interpretativo o condensación) como la realización práctica de toda la ley moral dada por Dios, vista como una unidad. Por cierto, en armonía con el contexto precedente inmediato (“servíos por amor los unos a otros”) el apóstol aquí se refiere especialmente a la segunda tabla de la ley, no a la primera, pero la primera tabla está al trasfondo, ya que ambas son inseparables (1 Jn. 4:20, 21). Pablo enseña siempre que, aunque sería un grave error decir que el pecador debe amar a Dios y a su prójimo para poder ser salvo, es del todo cierto que el “santo” salvado por gracia, a causa de una profunda gratitud por (y a fuerza de) esta salvación ama a Dios y a su prójimo. Aunque el amor y las obras que el amor produce no deben ser considerados como condiciones previas para la salvación, con todo son muy importantes como frutos de la obra del Espíritu Santo en el corazón del hombre. Una vez que se entiende esto, llega a ser evidente que Pablo es completamente consecuente cuando, por un lado, mantiene que el creyente no está bajo la ley, más, sin embargo, por el otro, hace énfasis en que está “bajo la ley de Cristo” (1 Co. 9:21; y véase Gá. 6:2).
Se ha dicho que la regla citada aquí no difiere en ningún aspecto de la regla de los moralistas no cristianos. Sin embargo, la semejanza sólo es superficial. La motivación que tiene el creyente para obedecer este mandamiento es la gratitud por la redención consumada por Cristo; el poder para realizarla es proporcionado por el Espíritu de Cristo (Gá. 5:1, 13, 25; cf. Ef. 3:16, 17; 4:20ss; 5:1ss); y Cristo es el que da el ejemplo de obediencia (Jn. 13:24).
Cuando se hace la pregunta, “Pero, ¿quién es mi prójimo?” (Lc. 10:29), la respuesta es: quienquiera que por la providencia de Dios entre en contacto con nosotros; cualquiera que podamos ayudar de cualquier forma, aun cuando nos odie y en ese sentido sea nuestro “enemigo” (Mt. 5:43–48). En esto también Cristo nos ha dado el ejemplo supremo (Lc. 23:34; cf. 1 P. 2:21–24). Además, la parábola del buen samaritano (Lc. 10:25–37) prueba que, en lugar de preguntar, “¿Quién es mi prójimo?” cada persona debe “hacerse prójimo” para aquel que puede ayudar en cualquier forma.
1ª Tesalonicenses 5:11. La relación entre 5:10 y 11 es muy paralela a la relación existente entre 4:17 y 18. Tal como en el capítulo 4 la cláusula, “Y así estaremos siempre con el Señor” fue seguida por “Por tanto alentaos unos a otros con estas palabras”, así también aquí en el capítulo 5 la cláusula “A fin de que … vivamos en comunión con él” es seguida de Por lo tanto alentaos unos a otros, y edificaos unos a otros, como de hecho lo estáis haciendo.
Esta última expresión, “como de hecho lo estáis haciendo” ya ha sido explicada en conexión con 4:10. Mediante la mutua instrucción y el mutuo aliento cuya base se halla en el párrafo precedente (aliento contenido en afirmaciones tales como “Vosotros no estáis en tinieblas”, “Vosotros sois todos hijos del día”, “Porque Dios no nos designó para ira sino para la adquisición de salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo … para que vivamos en comunión con él”), los creyentes de Tesalónica realizarían una valiosísima obra personal: edificándose el uno al otro; por cuanto la iglesia como también el creyente en particular constituyen el edificio de Dios, el templo de Dios, 1 Co. 6:19.
3er Titulo: Cristo, ejemplo de entrega y amor para agradar al Padre. Versículo 3. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí. (Léase: San Mateo 26:39. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.; 1ª de Juan 3:16. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.).
Pablo recurre al ejemplo de Cristo en el versículo 3: “Porque ni siquiera Cristo se agradó así mismo”. No vivió su vida para satisfacer sus propios deseos, sino que vivió para servir a los demás. Este fue el corazón de las narraciones de la tentación (Mateo 4:1–11 = Lucas 4:1–13), en las cuales Satanás tentó a Jesús a buscar su propia gloria y a complacerse a sí mismo en lugar de a su Padre. Esta tentación está en el centro del significado del pecado, el deseo egocéntrico de vivir para nosotros.
Ahora Pablo cita las Escrituras, uno esperaría un pasaje que señalara el estilo de vida sacrificial de Jesús y su muerte por nosotros. Sin embargo, es un poco sorprendente que Pablo cita el Salmo 69:9, un pasaje sobre Cristo experimentando burlas y calumnias por causa de Dios: “Sobre mí han recaído los insultos de tus detractores”. En este contexto, “tus” habla sobre Dios el Padre y “sobre mí” es Cristo.
El Salmo 69 es un salmo de lamento en donde David describe las luchas de una víctima justa, y Pablo lo vio cumplido en Jesús. Es uno de los pasajes del Antiguo Testamento que se citan con mayor frecuencia sobre la muerte de Jesús en la cruz (Marcos 15:35–36 y paralelos; Juan 2:17; 15:25; Hechos 1:20; Romanos 11:9). Los “insultos” aquí se refieren a la burla que Jesús sufrió en la cruz, el acto supremo de sacrificio propio; véase Romanos 5:8, donde la muerte de Jesús a manos de sus enemigos “demuestra su amor por nosotros”.
Pablo dice que cuando el Mesías voluntariamente llevó la culpa en la cruz, se convirtió en el modelo para todos nosotros de una vida vivida para agradar a Dios en lugar de a uno mismo. Si Cristo soportó tales insultos, hasta una muerte sacrificial, para los cristianos romanos, ¿por qué no podrían aquellos cuya fe es fuerte soportar la pérdida de algunas libertades por el bien de los cristianos más débiles que hay entre ellos? Los juicios de los débiles contra los fuertes deben ser soportados con serenidad. Es por el bien mayor de la iglesia para que se honre el nombre de Dios y se fortalezca la comunidad.
San Mateo 26.39: En el Getsemaní, Jesús sufrió angustia y oró
La agonía continúa y aun se intensifica. Pero ahora se agrega el relato de la oración de Cristo (ya introducido brevemente en el v. 36) al de su agonía. 39. Y yéndose un poco más lejos, cayó con el rostro en tierra en oración, diciendo: Padre mío … El Maestro no quiere ser distraído durante su oración. Por eso deja atrás aun a los tres. Pero no se va muy lejos, porque desea todavía estar en contacto con ellos. Habiendo llegado a un lugar adecuado se arroja con el rostro en tierra, en un espíritu de profunda reverencia y temor ante su Padre celestial, mientras la tristeza y la angustia continúan y aun crecen con cada momento que pasa. Se dirige al objeto de su oración en la forma más íntima diciendo: “Padre mío”. Acerca de esta expresión y otras relacionadas, véase sobre 5:14b–16; 6:9; 7:21–23; 12:50, 16:17. En cuanto a posiciones para la oración y su significado. Prosigue: … si es posible líbrame de esta copa; sin embargo, no como yo quiero, sino como tú quieres. “Esta copa”, véase sobre 20:22. Lc. 22:43 relata que vino “un ángel del cielo y le fortaleció”. Esto bien podría considerarse una respuesta a su oración, porque aunque no le fue retirada la copa, se le dio fuerzas para llevarla a la boca y beberla hasta dejarla vacía. El mismo evangelista afirma en el versículo siguiente que “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.
Ya se ha indicado la naturaleza de la copa (véase sobre el v. 37). Jesús ahora pide ser librado de ella, es decir, que pase de él. La naturaleza completamente sin pecado, en realidad ejemplar, de la oración se ve en el hecho de que la oración principal “líbrame de esa copa” es introducida por la oración subordinada “si es posible”, la que a su vez se ve aclarada por las palabras “sin embargo, no como yo quiero, sino como tú quieres”. Jesús se está sometiendo enteramente a la voluntad del Padre.
Nunca podremos nosotros, que ni siquiera conocemos como funciona la interacción entre nuestro cuerpo y alma, comprender cómo en estos solemnes momentos se relacionaba la naturaleza humana de Cristo con la divina, o viceversa. La unión de esta naturaleza humana con la divina dio un valor infinito al intenso sufrimiento experimentado por la naturaleza humana de Cristo. Por eso su sufrimiento, de principio a fin, fue todo suficiente, esto es, suficiente para el pecado de todo el mundo.
1ª de Juan 3:16: 16. En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo dio su vida por nosotros. Y nosotros debemos dar nuestras vidas por nuestros hermanos.
Juan es un pastor y un maestro. Como sabio pastor se pone a la altura de sus lectores usando la primera persona plural nosotros. Y como maestro les recuerda a sus lectores el mensaje del evangelio cuando dice: “Conocemos, es decir, “hemos aprendido nuestra lección y la conocemos bien”.
¿Pero qué es lo que conocemos? Conocemos lo que es el amor. Juan centra su atención no en las ilustraciones tomadas de la vida diaria, sino del supremo ejemplo del amor, la saber, “Jesucristo, [quien] dio su vida por nosotros”. En síntesis; sabemos lo que es el amor, porque hemos oído el mensaje del evangelio.
La muerte de Jesús en la cruz no es una muerte pasiva comparable con la muerte en el sacrificio de un animal. Jesucristo murió de una muerte activa y determinada. Por propia voluntad dio su vida por su pueblo. Entonces, si Jesús dio su vida por nosotros, ¿cuál es nuestra obligación para con él? En el siglo XIX, Frances R. Havergal formuló esta pregunta por medio de un himno:
Mi vida di por ti,
Mi sangre derramé,
Por ti inmolado fui,
Por gracia te salvé;
Por ti, por ti inmolado fui,
¿Qué has dado tú por mí?
Por ti, por ti inmolado fui,
¿Qué has dado tú por mí?
Juan tiene una respuesta, ya que escribe: “Y nosotros debemos dar nuestras vidas por nuestros hermanos”. Cuando él dice debemos, impone una obligación moral: así como Jesús extiende su amor dando su vida, del mismo modo el cristiano debe expresar su amor por los creyentes estando dispuesto a dar su vida por ellos. Cuando el honor del nombre de Dios, el avance de su iglesia y la necesidad de su pueblo demandan que amemos a nuestros hermanos, debemos demostrar nuestro amor a cualquier costo—aun al punto de arriesgar y perder nuestras vidas.
Consideraciones prácticas acerca de 3:16–18
Hoy en día en muchas familias en el divorcio, la deserción y la separación crean pesares y amarguras incontables. Parejas que en el momento de su boda declararon que se amarían mutuamente “hasta que la muerte los separe” exhiben una dura indiferencia cuando contemplan el divorcio. Sus votos matrimoniales yacen rotos como piezas de porcelana en un piso de cemento. ¿Qué fue lo que falló?
El amor se desvaneció porque no podía florecer en un ambiente en el cual siempre se toma y nunca se da. El amor sólo puede prosperar en un ambiente donde se le permite dar, porque el amor genuino es un dar con sacrificio.
Obsérvese el ejemplo divino. No hay nada que Dios ame más que poder dar. Es más, él nos amó tanto que entregó a su Hijo Unigénito para morir por nosotros (Jn. 3:16), y fue por amor a su pueblo que Jesús entregó su vida Juan dice: “Nosotros debemos dar nuestras vidas por nuestros hermanos”.
¿Qué espera el Señor en el matrimonio? Que el esposo y la mujer se respeten y se amen mutuamente hasta el punto de estar dispuestos a dar la vida el uno por el otro. Cuando el esposo y la esposa se cuidan tiernamente el uno al otro, imitando el ejemplo de Cristo con su amor de sacrificio, experimentarán que Dios los mantiene unidos en el amor matrimonial y bendice su hogar y su familia con años de felicidad conyugal.
Amén, para la honra y gloria de Dios.
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