Lectura Bíblica: Romanos 11:33 al 36. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.
Comentario del contexto bíblico: [6] (11:33-36) Israel, restauración: la sexta garantía es el glorioso plan de Dios para el mundo. Note cuatro puntos.
[1]. El glorioso plan de Dios para el mundo involucra cuatro grandes actos de Dios:
▬ a. Su infinita sabiduría y conocimiento; el saber hacer cada cosa en forma perfecta; el saber cómo crear y ordenar, arreglar y gobernar todas las cosas de modo que todas las cosas obren perfectamente. Note que la sabiduría y el conocimiento de Dios se presentan como que son profundos y ricos: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!» La sabiduría y el conocimiento de Dios son tan profundos y ricos …
- que los ángeles desean mirar en ellos (1ª P.1:13).
- que son infinitos (Ef. 3: 18).
- que son demasiado maravillosos para el hombre (Sal. 139:6. Este solo versículo muestra cuán grande es la misericordia de Dios hacia nosotros.)
- que incluyen pensamientos más numerosos que los granos de arena que hay en el mundo (Sal. 139:17-18).
▬ b. Sus juicios y caminos infinitos: su juicio al planificar y decidir cada cosa, y sus caminos al ejecutar sus propósitos y decisiones. Note que se dice que su juicio y sus caminos son inescrutables e insondables.
- Las cosas secretas pertenecen a Dios (Dt. 29:29).
- Dios es glorificado por sus juicios y caminos infinitos (Pr. 25:2).
- Las grandes cosas de Dios son inescrutables y sin número (Job 5:9; 9:10).
- El hombre no puede descubrir a Dios escudriñando (Job 11 :7).
- No se puede escudriñar el entendimiento de Dios (Is. 40:28).
[2]. Ningún hombre puede captar el plan de Dios. Ningún hombre puede conocer la mente del Señor; ningún hombre puede ser consejero de Dios. Note dos puntos significativos.
▬ a. Ningún hombre puede captar el plan de Dios. Las Escrituras dejan esto abundantemente claro.
«El único [Jesucristo] que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno» (1ª Ti. 6:16).
«¿Descubriréis tú los secretos de Dios? ¿Llegareis tú a la perfección del Todopoderoso?» (Job 11:7).
«Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio basta el fin» (Ecl. 3:11).
▬ b. Sin embargo, los creyentes tienen la mente de Cristo. Esto no significa que los creyentes entienden a Dios y sus caminos en forma perfecta, sino que se revela así mismo y la verdad a los creyentes, lo suficiente de sí mismo y sus caminos para salvarlos del pecado, la muerte, el juicio y el infierno.
«Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá Mas nosotros tenemos la mente de Cristo?» (1ª a Co. 2:16).
«Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido» (1 Co. 2:12).
«Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Jn. 7:16-17).
«Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn. 8:31-32).
«Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn. 17:3).
«No cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col. 1:9-10).
«Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová» (Os. 6:3).
[3]. Ningún hombre puede ganar el don de Dios. Note dos hechos respecto de este versículo.
▬ a. Nadie puede poner a Dios como su deudor. Ningún hombre puede dar nada a Dios y pretender que Dios le deba algo a cambio. Dios no debe nada a nadie. El hombre se ha negado y se ha rebelado para no seguir a Dios, prefiriendo seguir sus propios caminos. El hombre está cometiendo alta traición contra Dios. El hombre no merece el favor de Dios ni puede ganarlo. Si el hombre ha de recibir un favor de Dios, Dios debe dárselo gratuitamente.
«Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos Cuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mt. 7:22-23).
«Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Ro. 3:20).
«Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» (Gá. 2:16).
«Porque por grada sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8-9).
«Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo» (Tit. 3:4-5).
▬ b. La depravación del hombre debiera silenciar su jactancia. No lo hace, pero debiera (véase Ro. 3:19-20. Cp. Ro. 3:9-20 para la discusión.)
[4]. Solamente Dios es la fuente, el medio y el fin de todas las cosas. Por lo tanto, Dios debe ser glorificado por siempre jamás.
- Todas las cosas son de Dios: todas las cosas fueron creadas por Dios y encuentran su fuente en Él.
- Todas las cosas son a través de Dios: todas las cosas vienen a través de su sabiduría y conocimiento, sus juicios y caminos.
- Todas las cosas son de Dios: todas las cosas existen para Dios, por su bondad y beneplácito.
«Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap. 4:11).
«Los que teméis a Jehová, alabadle; glorificadle, descendencia toda de Jacob, y temedle vosotros, descendencia toda de Israel» (Sal. 22:23).
«Te alaben, oh Jehová, todas tus obras, y tus santos te bendigan» (Sal. 145:10).
«Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (1 Co. 6:20).
«En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos» (Jn. 15:8).
1er Titulo: Exaltando la infinita grandeza de Dios en el plan de salvación de los hombres. Versículo 33. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Léase: Efesios 1: 3 al 10. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.).
El gran plan de Dios (11:33)
El himno comienza con una exclamación lleno de asombro: “¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!”. Aquí hay tres, no dos, atributos: riqueza, sabiduría, conocimiento. “Profundidad” se refiere a la inmensidad inagotable de los atributos de Dios. Todo el universo está resumido en ellos, y ninguno puede comprender la inmensidad de quién es él. Sus “riquezas” se remontan a 2:4; 9:23; 10:12; y 11:12, que detalla su misericordia y gracia, las bendiciones espirituales del reino celestial que según Efesios 1:3, 7–8, son “las riquezas de la gracia que Dios nos dio en abundancia”. A través de estas riquezas, Dios trajo la salvación a nosotros.
Muchos separan la “sabiduría” y el “conocimiento” de Dios en ideas separadas, y esto es algo correcto, pero los dos están estrechamente entrelazados a lo largo de la Escritura. Aquí los tres atributos se relacionan con el gran regalo de salvación por parte de Dios. El énfasis está en la “sabiduría” de Dios revelada en su gran plan de salvación como se mostró en 3:21–8: 39, el trabajo de su sabia voluntad en el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz y la oferta de salvación a la humanidad pecadora, judía y gentil por igual. El significado del “conocimiento de Dios” no es que lo conozcamos, sino que él nos conozca y nos elija para ser sus hijos y miembros de su iglesia. En un sentido, “conocimiento” se refiere a omnisciencia de toda verdad, específicamente su conocimiento previo (8:29; 11:2) de nosotros. Su sabiduría es su plan lleno de gracia, y su conocimiento resulta de ese plan basado en su elección de nosotros para ser su pueblo.
Las siguientes dos líneas desarrollan aún más el tema de la sabiduría y el conocimiento de Dios. Los dos son paralelos entre sí en una forma de quiasmo, es decir, A (indescifrables), B (sus juicios), B (sus caminos), A (impenetrables). Los juicios de Dios no son su forma de actuar como juez (como en 2:2; 5:16) sino sus decisiones en general, especialmente su decisión de llevar la salvación a la humanidad, tanto la severidad como la amabilidad del 11:22. Estas acciones de su voluntad son “inescrutables” o “inescrutables”, imposibles de comprender por la mente humana (véase Job 42:3; Sal 147:5; Is 40:28). Dios nos conoce, pero nosotros no entendemos a Dios. Todo lo que podemos hacer es confiar en su gran sabiduría a medida que nos encontramos con los misterios de la vida. Nunca los resolveremos, pero él nos guiará por los caminos difíciles.
La frase “caminos de Dios” (NVI “sus caminos”) describe el lado de acción de sus “juicios”. A medida que sus decisiones se representan en nuestras vidas, son “impenetrables sus caminos”, esto quiere decir que están más allá de nuestra capacidad de entender o controlar. Nosotros, creyentes y no creyentes, nunca comprenderemos completamente la obra soberana de Dios, especialmente sus acciones históricas de salvación. Los misterios que Pablo ha explorado en Romanos solo serán completamente claros cuando lleguemos al cielo. Por ahora debemos dejarle todo a Dios, estar agradecidos por todo lo que ha hecho y aceptar su gran sabiduría.
Pasé algún tiempo en este comentario trabajando en el tema de gran controversia sobre la soberanía divina y la responsabilidad humana (véanse los comentarios en 8:28–30 y al final del capítulo 10), y este versículo es un recordatorio importante sobre tales debates. El orgullo humano nos hace no solo seguros de nuestras propias preferencias teológicas, sino que también juzgamos a los demás. No conocemos la mente del Señor en muchos temas, y debemos reconocer que toda verdad no comienza con nosotros. Un estudioso incluso ha dicho que todos los arminianos irán al infierno porque, por definición, tienen que negar la soberanía de Dios. Esto no es cierto teológicamente, y tal arrogancia y orgullo es un pecado en sí mismo.
Todos debemos elaborar nuestros puntos de vista sobre doctrinas críticas como la seguridad eterna o la predestinación, pero también debemos permanecer humildes y darnos cuenta de que Dios no nos ha dado una respuesta final en muchos temas. Las doctrinas fundamentales como la Trinidad, la deidad de Cristo y la expiación sustitutiva se enseñan inequívocamente en las Escrituras, pero muchas otras no están porque quiere Dios que luchemos y encontremos el equilibrio entre cuestiones como la soberanía y la responsabilidad. Hay pasajes importantes que hablan de ambos, y debemos respetarnos mutuamente y ser “hierro se afila con el hierro” mientras debatimos ambos lados. Es hora de dejar de ir a la guerra y darnos cuenta de que “sabemos en parte y profetizamos en parte” (1Co 13:9) sobre muchos temas. Esto no significa que no podamos tener una postura firme (lo hago sobre este tema en este comentario), pero debemos ser humildes y mostrar respeto al otro lado. Algunos de mis amigos más cercanos son calvinistas, mientras que yo soy más arminianos. ¡Les digo que estoy predestinado a tener razón en esto!
Comentario de Efesios: 1: 3 al 10. 1. Que da como resultado “toda bendición espiritual” para los creyentes, para la alabanza de la gloria de Dios el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo (vv. 3–10).
[3]. Bendito (sea) el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. La bondad, la verdad y la belleza se combinan en esta doxología inicial, en la cual el apóstol, por medio de palabras que son hermosas tanto por los pensamientos que expresan como por su artística presentación, derrama su alma en verdadera adoración por la bondad de Dios en efectiva actividad.
Atribuye a Dios el honor debido por sus bendiciones espirituales pasadas (la elección), presentes (la redención), y futuras (certificación como hijos que han de tomar posesión total de la herencia reservada para ellos). El apóstol comprende que las bendiciones divinas concedidas al pueblo de Dios deben ser reconocidas con humildad, gratitud, y entusiasmo tanto en pensamiento como en palabras y hechos. Tal respuesta es la única forma adecuada en que estas mercedes espirituales pueden ser “devueltas” a su dador. El ciclo ha de ser completado: ¡Lo que proviene de Dios debe retornar a él! Esto es lo que se quiere significar al decir, “Bendito (sea) …”.
La oración que comenzó con “Bendito (sea)” avanza rodando como una bola de nieve por una pendiente, creciendo en volumen a medida que desciende. Sus palabras, y los abundantes calificativos que ellas forman, ordenados como tejas en un techo o como peldaños en una escala, son como encabritados corceles que al ser liberados se lanzan a impetuosa velocidad. Juan Calvino dice, “Los elevados términos con que él (Pablo) exalta la gracia de Dios hacia los efesios, tienen el propósito de excitar la gratitud en sus corazones, inflamarles, llenarles hasta que tal disposición sobrepase los bordes”. El “ardiente corazón” de Pablo tiende también a inflamar a otros corazones con la sincera, humilde, y desbordante alabanza al “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Cf. Ro. 15:6; 2 Co. 1:3; 11:31. Siendo que Jesús, además de ser Dios, era y es también hombre, y siendo que se dirige a la primera Persona de la Trinidad como “mi Dios” (Mt. 27:46), es evidente que el título entero “El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” queda justificado. En cuanto al término “Padre”, es evidente que si el título “Dios de nuestro Señor Jesucristo” enfatiza su naturaleza humana, el de “Padre de nuestro Señor Jesucristo” llama la atención a la divina naturaleza del Hijo, ya que en esta epístola profundamente trinitaria se hace referencia al Hijo, no en relación a su natividad sino en su conexión con la Trinidad, en la cual, el Amado, que aparece bajo diferentes nombres, es colocado al mismo nivel y se le menciona siempre en conjunto con el Padre y el Espíritu (2:18; 3:14–17; 4:4–6; 5:18–20). Cristo es el Hijo de Dios por generación eterna. Ahora bien, el hecho de llamar a la primera persona de la Santa Trinidad “El Padre de nuestro Señor Jesucristo” tiene un propósito muy práctico según lo muestra claramente el apóstol en 2 Co. 1:3. En su calidad de Padre de nuestro Señor Jesucristo, él es “El Padre de misericordia y Dios de toda consolación”. Es por conducto de Cristo que nos viene toda bendición espiritual desde el padre. Y si Cristo es el “Hijo del amor de Dios” (Col. 1:13), entonces Dios debe ser el Padre de amor, el Padre amante. Obsérvese además aquella hermosa palabra de fe posesiva, vale decir, nuestro: “el Padre nuestro Señor Jesucristo”. Es notable cómo esto acerca a Cristo al corazón del creyente, y no solamente a Cristo sino también al Padre. ¡Indudablemente Cristo y el Padre son Uno! Con referencia al título “Señor Jesucristo” véase el versículo 2 más arriba.
Pablo prosigue, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. El Padre bendice a sus hijos al derramar dones sobre ellos de tal modo que estas mercedes o experiencias, de cualquier naturaleza que sean, les ayudan a bien (Ro. 8:28). Junto con los dones, se da a sí mismo (Sal. 63:1; cf. Ro. 8:32). Entendemos que no es verdad que el Antiguo Testamento considere los bienes materiales como de mayor valor que los espirituales, puesto que se enseña claramente lo contrario en pasajes tales como Gn. 15:1; 17:7 Sal. 37:16; 73:25; Pr. 3:13, 14; 8:11, 17–19; 17:1; 19:1, 22; 28:6; Is. 30:15; cf. Heb. 11:9, 10, sin embargo, es verdad que entre los dos testamentos existe una diferencia de grado en cuanto a la complejidad de los detalles con que las bendiciones terrenales o físicas se describen (Ex. 20:12; Dt. 28:1–8; Neh. 9:21–25). Dios es por siempre el sabio pedagogo que toma a sus hijos de la mano y sabe que, en la antigua dispensación, “cuando Israel era niño”, se necesitaba esta descripción circunstancial de los valores terrenales a fin de que, por medio de estos, a modo de símbolos (p. ej., la Canaán terrenal es símbolo de la celestial), ellos podrían llegar a la justa apreciación de lo espiritual (cf. 1 Co. 15:46). El Nuevo Testamento, aunque de ninguna manera quita importancia a las bendiciones terrenales (Mt. 6:11; 1 Ti. 4:3, 4), pone todo su énfasis en lo espiritual (2 Co. 4:18), y bien pudo ser que, para acentuar esta diferencia entre la antigua y la nueva dispensación, se declara aquí que el Padre de nuestro Señor Jesucristo nos ha bendecido con toda bendición espiritual. Es mejor permitir al contexto indicar la naturaleza y el contenido de estas bendiciones. Aunque, seguramente, la palabra toda claramente prueba que sería un error substraerle aun el más pequeño de los dones invisibles de la lista de aquellos “vastos beneficios divinos que poseemos en Cristo”, no obstante el contexto indica que el apóstol está pensando especialmente en—o resumiendo todos estos beneficios bajo—aquellos que se mencionan en el párrafo presente, a saber, elección (y su acompañamiento, predestinación a la adopción), redención (implicando el perdón y la gracia sobreabundante en forma de toda sabiduría y discernimiento), y la certificación (“sellados”) como hijos y herederos.
La frase “en los lugares celestiales” o sencillamente “en los celestiales” (usado en el sentido local en 1:20; 2:6; 3:10, y probablemente también en forma local en 6:12) indica que estas bendiciones espirituales son celestiales en cuanto a su origen, y que desde el cielo descienden a los santos y creyentes en la tierra.
Para el significado de “en Cristo” véase sobre el versículo 1. Esta frase o su equivalente aparece más de diez veces en este breve párrafo (1:3–14), que es clara evidencia del hecho que el apóstol considera a Cristo como el fundamento mismo de la iglesia, esto es, de todos sus beneficios, o su total salvación. Es en conexión con Cristo que los santos y creyentes en Éfeso (y en cualquier otro lugar) han sido bendecidos con toda bendición espiritual: la elección, la redención, y la certificación como hijos y herederos y todos los demás beneficios incluidos bajo estos encabezamientos. Fuera de él no solamente nada pueden hacer, sino que nada son, vale decir, equivalen a nada en el sentido espiritual.
[4]. Pablo prosigue, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo.
La elección
(1) Su autor
El autor es “El Dios y Padre nuestro Señor Jesucristo”, según se ha indicado ya (véase sobre v. 3). Por supuesto que esto en ninguna manera invalida el hecho de que todas las actividades que afectan las relaciones extra-trinitarias puedan atribuirse al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin embargo, según se muestra aquí, es el Padre quien tiene la dirección en la obra divina de la elección.
(2) Su naturaleza
Elegir significa tomar o escoger algo de (para sí mismo). Aunque el pasaje mismo no indica en forma definida la masa de objetos o individuos de entre los cuales el Padre elige a algunos, no obstante, este inmenso grupo queda definido claramente por medio de la cláusula de propósito “para que fuésemos santos e irreprensibles delante de él”. En consecuencia, aquella extensa masa de individuos de entre los cuales el Padre elige a algunos se considera aquí como carentes de santidad y viles. Tal interpretación se ajusta al contexto. Provee una de las razones (véase Síntesis al final del capítulo para más argumento) que explican por qué el alma del apóstol está llena de tal arrobamiento que dice “Bendito (sea) el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que … nos escogió”. Quiere decir: nosotros ¡totalmente indignos ante su presencia! No trata de dar explicaciones de cómo es posible para Dios hacerlo. Se da cuenta perfectamente que cuando el hombre se enfrenta a tal manifestación de maravillosa gracia, la única respuesta adecuada es adoración y no el entrar en explicaciones.
(3) El sujeto
El sujeto es “nosotros”, no todos los seres humanos. Este pronombre “nosotros” ha de ser entendido a la luz de su contexto. Pablo está escribiendo a “santos y creyentes” (v. 1). Dice que el Padre nos ha bendecido a “nosotros”, esto es, “todos los santos y creyentes” (en este caso la referencia específica es a los que están en Éfeso) incluyendo a Pablo (v. 3). Por esto entonces, cuando el apóstol prosigue, “según nos escogió”, este “nos” no puede repentina mente referirse a todos los hombres sin distinción, sino que debe referirse necesariamente a todos aquellos que son (o que han sido destinados para que en algún tiempo de la historia del mundo sean) “santos y creyentes”; vale decir, a todos los que, habiendo sido separados por el Señor para que le glorifiquen, se rinden a él por medio de una fe viva. Es por esta razón contextual (y también por otras) que no puedo estar de acuerdo con la argumentación de Karl Barth de que en conexión con Cristo toda la humanidad sin distinción ha sido elegida, y que la diferencia fundamental no es entre elegidos y no elegidos sino más bien entre los que se hallan conscientes de su elección y los que no lo están.
(4) Su fundamento
El fundamento de la iglesia, de toda su salvación desde el principio hasta el fin, y por supuesto de su elección, es Cristo. Pablo dice “El (“el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”) nos eligió en él”. El eslabón entre los versículos 3 y 4 es esta frase. Podríamos hacer resaltar esto con la siguiente traducción, “Dios el Padre nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él …” En otras palabras, en un punto del tiempo Dios nos bendijo en Cristo de acuerdo a la elección que hizo de nosotros desde la eternidad en él (en Cristo). Aunque algunos sostienen que éste “así como, o según” está denotando solamente correspondencia, en el sentido de que existe un perfecto acuerdo entre las bendiciones y la elección, puesto que ambas son “en Cristo”, podría preguntarse si tal interpretación agota enteramente el significado de la palabra usada en el original. Además de un punto gramatical (para lo cual véase la nota 16), la enseñanza de Pablo es que la elección desde la eternidad y los pasos subsecuentes en el orden de la salvación no han de ser considerados como detalles independientes uno del otro sino como eslabones de una cadena de oro, según se ve bien claro en Ro. 8:29, 3. La elección, entonces, es la raíz de todas las bendiciones subsecuentes. Es como Jesús dijo en su oración intercesora, “… para que a todos aquellos que les has dado, les dé vida eterna” (Jn. 17:2). Véase también Jn. 6:37, 39, 44; 10:29. En consecuencia, partiendo de la base que la elección es desde la eternidad, que también es la raíz de todas las bendiciones que siguen, y que además es “en él”, Cristo no sólo es el fundamento de la iglesia sino el fundamento eterno.
Ahora viene a la mente la pregunta, “¿Cómo se ha de entender el que los santos y creyentes han sido elegidos en Cristo?” La contestación que se da a menudo es la siguiente: fue determinado en el consejo de Dios que en algún punto del tiempo estas personas llegarían a creer en Cristo. Aunque, indudablemente, esto se halla también implicado, sin embargo, no es respuesta suficiente y no hace justicia a todo lo que Pablo y otros escritores inspirados enseñaron con respecto a este importante punto. La respuesta básica debe ser que desde antes de la fundación del mundo Cristo fue el representante y el fiador de todos los que en algún punto del tiempo serían recogidos en el redil. Esto fue necesario, puesto que la elección no es una abrogación de los atributos divinos. Ya se ha establecido que en el trasfondo del decreto divino se halla el funesto hecho de que a los elegidos se les ha considerado desde el comienzo mismo enteramente indignos, envueltos en ruina y perdición. Ahora bien, el pecado tiene que ser castigado. Las demandas de la santa ley de Dios deben ser satisfechas. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no deja de lado la justicia ni cancela las demandas de su ley. ¿Cómo puede ser entonces posible para Dios otorgar tan grande, gloriosa, y fundamental bendición como lo es la elección a “los hijos de ira”, y aun hacer esto sin que vaya en desmedro de su naturaleza misma y la inviolabilidad de su santa ley? Se responde que esto es posible debido a la promesa del Hijo (en completo acuerdo con el Padre y el Espíritu), “He aquí yo vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío; y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:7, 8. Cf. Heb. 10:5–7; Gá. 4:4, 5; Fil. 2:6–8). “En Cristo”, entonces, los santos y creyentes, aunque inicialmente y por naturaleza totalmente indignos, son justos ante la presencia misma de Dios, ya que Cristo prometió que él satisfaría todas las exigencias de la ley en lugar de ellos, promesa que tuvo su total cumplimiento (Gá. 3:13). Esta justicia forense es fundamental para todas las demás bendiciones espirituales. En consecuencia,
Solo a ti, oh Dios, se ha de dar
Toda la gloria y renombre;
No la osamos nosotros tomar,
Ni robar la corona a tu nombre.
Eras tú solo nuestro fiador
En el plan de la redención;
Nos dio en ti de su gracia el favor,
Siglos antes de la creación. (Augustus M. Toplady, 1774; revisado por Dewey Westra 1931)
(5) Su tiempo
Se dice que esta elección tuvo lugar “antes de la fundación del mundo”. Esto es, “desde la eternidad”. Además, habiendo ocurrido “en él”, todo se presenta ante nuestra vista enteramente razonable, puesto que él es Aquella cuya “preciosa sangre como la de un cordero sin defecto e inmaculado”, era “conocida aun antes de la fundación del mundo” (1 P. 1:19, 20). La inmutabilidad del plan eterno de Dios con respecto a sus elegidos no fue una invención paulina. Fue enseñanza de Jesús mismo. Fue él quien se refirió a aquellos que amó como los que le fueron dados (véase Jn. 6:39; 17:2, 9, 11, 24; cf. 6:44). El hecho de que haya hecho la promesa de su sacrificio expiatorio por ellos desde la eternidad puede ser con toda probabilidad un elemento que haya entrado en el amor del Padre por él; cf. las palabras de la oración intercesora, “¡Padre! yo quiero que aquellos también que me has dado, estén conmigo en donde yo estoy, para que vean mi gloria, que tú me has dado: porque me amaste desde antes de la fundación del mundo” (Jn. 17:24). En este y similares pasajes (véase también Mr. 13:35; Heb. 4:3) se ve al universo como un edificio, y su creación como la colocación del fundamento de todo el edificio.
El punto que debe ser enfatizado en relación a esto es el hecho de que si ya antes de la fundación del mundo los que estaban destinados para vida eterna habían sido elegidos, luego toda la gloria de su salvación pertenece a Dios, y a él solamente. Por eso que, “¡Bendito (sea) el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo!” Véase 2:5, 8–10.
(6) Su propósito
El propósito de la elección lo hallamos en las palabras, para que fuésemos santos e irreprensibles delante de él. Es digno de especial consideración que Pablo no dice, “El Padre nos eligió porque supo de antemano que seríamos santos”, etc. Dice, “para (o: a fin de que) fuésemos santos”, etc. La elección no fue condicionada a méritos vistos de antemano ni siquiera a una fe conocida de antemano. ¡La elección es la raíz de la salvación y no su fruto! Sin embargo, queda en claro que no se disminuye ni un ápice la responsabilidad propia y la autoactividad del hombre. Cuando el decreto divino para salvación se lleva históricamente a cabo en la vida de algún individuo, no es por medio de presión externa. Motiva, capacita, actúa. Impele, pero no compele. La mejor descripción es probablemente la que se halla en Los cánones de Dort III y IV. 11, 12.
“Además, cuando Dios lleva a cabo este su beneplácito en los predestinados y obra en ellos la conversión verdadera, lo lleva a cabo de tal manera que no sólo hace que se les predique exteriormente el evangelio, y que se les alumbre poderosamente su inteligencia por el Espíritu Santo a fin de que lleguen a comprender y distinguir rectamente las cosas que son del Espíritu de Dios; sino que él penetra también hasta las partes más íntimas del hombre con la acción poderosa de este mismo Espíritu regenerador; él abre el corazón que está cerrado; él quebranta lo que es duro; él circuncida lo que es incircunciso; él infunde en la voluntad propiedades nuevas, y hace que esa voluntad, que estaba muerta, reviva; que era mala, se haga buena; que no quería, ahora quiera realmente; que era rebelde, se haga obediente; él mueve y fortalece de tal manera esa voluntad para que pueda, cual árbol bueno, llevar fruto de buenas obras … Así la voluntad, siendo entonces renovada, no sólo es movida y conducida por Dios, sino que, siendo movida por Dios, obra también ella misma. Por lo cual con razón se dice que el hombre cree y se convierte en virtud de la gracia que ha recibido”. Véase Fil. 2:12, 13 y 2 Ts. 2:13.
Según el propósito que ya se ha establecido, es evidente que la elección no conduce al hombre solamente hasta medio camino; le lleva hasta el final. No solamente le guía a la conversión; además, hasta la perfección. Se propone hacerle santo—es decir, limpio de todo pecado y separado enteramente para Dios y su servicio—e irreprensible—esto es, sin mancha alguna (Fil. 2:15), como un sacrificio perfecto. Esta, y nada menos, es la meta consciente de aquellos en cuyos corazones Dios ha comenzado a operar con su plan de eterna elección. Es la meta de los creyentes en esta vida presente (Lv. 19:2), y llegará a su total realización en el más allá (Mt. 6:10; Ap. 21:27).
La absoluta e inmutable perfección de la meta ética recibe un énfasis adicional por medio de la frase “delante de él”, es decir, delante de Dios en Cristo. Lo que más importa no es lo que somos ante la opinión de los hombres sino lo que somos en los ojos de Dios.
(7) Su descripción adicional
[5]. Una descripción ampliada de la elección, indicando la forma que toma, se halla en las palabras, habiéndonos en amor predestinado a la adopción como hijos. Esta predestinación no ha de considerarse como una actividad divina previa a la elección. Es el sinónimo de esta última, una aclaración adicional de su propósito. Al Padre se le describe como habiendo prefijado el horizonte o circunscrito a sus elegidos. En su amor ilimitado, sin que existiese causa alguna aparte de sí mismo, les separó para que fuesen sus propios hijos. “Como las montañas están alrededor de Jerusalén, así Jehová está alrededor de su pueblo” (Sal. 125:2). Les destinó para que fuesen miembros de su propia familia (Cf. Ro. 8:15; Gá. 4:5). Es casi inútil buscar analogías humanas, ya que la adopción a la cual Pablo se refiere es superior a cualquier cosa que ocurra en la tierra. Concede a los que son objetos de ella no solamente un nuevo nombre, una nueva condición legal, y una nueva relación familiar, sino también una nueva imagen, la imagen de Cristo (Ro. 8:29). Los padres terrestres pueden adoptar niños y amarlos en gran manera; sin embargo, no les es posible impartir a ellos su espíritu como quisieran. No son dueños de los factores hereditarios. ¡Cuando Dios adopta, imparte a la vez su Espíritu! Esta adopción se lleva a cabo por medio de Jesucristo para sí mismo. Tal adopción llega a ser una realidad mediante la obra de Cristo. Es por los méritos de su expiación que los elegidos reciben su nueva condición y también son transformados al espíritu de filiación. Así, llegan a ser hijos de Dios para Su glorificación.
El modificativo según el beneplácito de su voluntad no solamente se ajusta al contexto inmediato (“para sí mismo”), sino que también armoniza en forma excelente con las palabras “habiéndonos en amor predestinado”. Cuando el Padre eligió un pueblo para sí mismo, decidiendo adoptarles como hijos propios, fue motivado únicamente por el amor. Por eso no fue esto resultado de una simple determinación sino un acto de supremo deleite. Alguien podría estar totalmente decidido a someterse a una seria operación. También, podría haber determinado hacer un precioso jardín de rosas. Ambos son aspectos de la voluntad; sin embargo, solamente el último tiene que ver con deleite, vale decir, según el beneplácito de su voluntad. Así, Dios, que no aflige de corazón (Lm. 3:33), se deleita en la salvación de los pecadores (Is. 5:4; Ez. 18:23; 33:11; Os. 11:8; Mt. 23:37; cf. Lc. 2:14; Ro. 10:1).
[6]. Esta elección, que se describe como una predestinación para ser adoptados como hijos, es para alabanza de la gloria de su gracia (del Padre). Este es el propósito final. El designio inmediato (o intermedio) ha sido ya mencionado, a saber, “para que fuésemos santos e irreprensibles delante de él”, y siguiendo en la misma línea, para que recibiésemos “la adopción de hijos”. La meta final, hacia la cual todo lo demás contribuye, es el reconocimiento con adoración (“alabanza”) de la excelencia manifestada (“gloria”) en favor de los indignos (“gracia”) de aquel a quien se le llama “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”.
Se observa claramente que ahora el énfasis se dirige en forma especial hacia aquella maravillosa gracia. Fue la extasiada contemplación de aquel amor concedido tan espontáneamente en favor de los que se describen como perdidos en pecado y arruinados lo que mueve al alma del apóstol a exclamar, “Bendito (sea) el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Tal exclamación, además, era genuina. Los paganos a veces también dan alabanzas y atribuyen honor a sus dioses, pero en el caso de ellos la motivación es totalmente diferente. Lo hacen para calmar la ira de sus dioses o para obtener algún favor. De modo que tal alabanza tiene finalmente como objeto al hombre mismo y no al dios a quien pretende honrar. Se asemeja a la ofrenda de Caín que fue inaceptable para Dios. Aquí en Efesios, sin embargo, al final de cada párrafo (véase vv. 6, 12, 14) hallamos adoración auténtica, una adoración que no sólo brota al contemplar el propósito divino de salvar al hombre, sino que además incluye la ofrenda de acción de gracias presentada a Dios por su siervo Pablo, cuyo corazón se halla en armonía con el propósito de su Hacedor-Redentor.
Es perfectamente natural que la gracia de “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” estuviese centrada en el Amado. De ahí que Pablo continúa, la cual bondadosamente nos confirió en el Amado. Se podría traducir de la siguiente manera: “con la cual nos ha bendecido liberalmente”. Pero la versión, indicada arriba en negrilla, conserva hasta cierto punto el juego de palabras del original. Cuando el Padre imparte un favor, lo hace con alegría de corazón, sin restricción. Además, su don alcanza al corazón mismo del que lo recibe efectuando una transformación. Si el Padre, en forma tan generosa derrama su gracia sobre nosotros, es, por supuesto y según ya se ha explicado, únicamente en conexión con el Hijo (véanse vv. 3 y 4 más arriba). Al Hijo se le llama aquí “el Amado”. Cf. Col. 1:13, “el Hijo de su amor”. Siendo que Cristo por medio de su muerte mereció para nosotros toda bendición espiritual, y por tanto desea para nosotros tales bienes, y siendo también que el Padre ama al Hijo, resulta perfectamente razonable que, en consideración al Amado, el Padre nos conceda con agrado todo lo que nos es necesario. A esto debemos agregar el hecho de que el Padre mismo dio a su Hijo con este fin. Por tanto, “El que ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también de pura gracia todas las cosas juntamente con él?” (Ro. 8:32).
Se dice a menudo que Cristo es el amado del Padre porque siempre le obedeció en todo. Esto, desde luego, es verídico y bíblico (Jn. 8:29). Sin embargo, es necesario puntualizar en conexión a esto que lo que evocó el amor del Padre era especialmente la calidad de la obediencia. Sabiendo el Hijo lo que agrada al Padre y está en armonía con su voluntad, no espera que el Padre le diera la orden de hacer esto o lo otro, sino que de buen grado se ofrece así mismo. Se presenta voluntariamente para realizar los deseos del Padre. Jamás es pasivo, ni aun en su muerte, sino que pone su vida. “Por esto el Padre me ama, por cuanto yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que la pongo de mí mismo. Poder tengo para ponerla, y poder tengo para volverla a tomar”. (Jn. 10:17, 18; cf. Is. 53:10). Es este maravilloso deleite de parte del Hijo para hacer la voluntad del Padre y de esta manera salvar a su pueblo aun al alto precio de su vida, sí, “y muerte de cruz” (Fil. 2:8), lo que mueve al Padre a exclamar vez tras vez, “Este es mi Hijo amado”. Verdaderamente ya el Padre había proferido tal exclamación “antes de la fundación del mundo”. Aun entonces derramó su amor infinito sobre su Hijo (Jn. 17:24), movido sin duda, entre otras razones, por la gloriosa decisión de este último, “He aquí, yo vengo” (Sal. 40:7; cf. Heb. 10:7). Seguramente, esta es la forma verdaderamente humana de hablar de tales realidades, ¿Pero en qué otra forma podríamos hablar de ellas? La exclamación del Padre fue repetida en ocasión del bautismo del Hijo (Mt. 3:17), cuando en forma visible el Hijo tomó sobre sí el pecado del mundo (Jn. 1:29, 33); y nuevamente en relación con la transfiguración (Mt. 17:5; 2 P. 1:17, 18), cuando otra vez, y en forma más vívida, el Hijo elige voluntariamente la senda de la cruz.21
[7]. En el segundo párrafo se desvía la atención desde el cielo a la tierra, desde el pasado al presente, y, en cierto sentido, desde el Padre hacia el Hijo. Digo “en cierto sentido” puesto que el cambio no es abrupto en manera alguna. La estrechísima conexión que existe entre el Padre y el Hijo en la obra de la redención se conserva enteramente. Es el Padre que hace que su gracia se derrame sobre nosotros (v. 8), el que nos hizo conocer el misterio de su voluntad, conforme a su beneplácito (v. 9), etc. Sin embargo, el énfasis ha desviado su enfoque de la obra del Padre hacia la del Hijo. Es en el Amado, es decir, en el Hijo en quien tenemos nuestra redención. Es él quien derramó su sangre por nosotros (v. 7). Es él también en quien el propósito de gracia del padre se ha concentrado (v. 9), bajo cuya autoridad todas las cosas se reúnen (v. 10), en quien hemos sido hechos herederos (v. 11), y en quien centramos nuestra esperanza (v. 12). Por tanto, Pablo prosigue: (el Amado) en quien tenemos nuestra redención. Redención aquí, así como en Col. 1:14 (cf. también Ex. 21:30; Mt. 20:28; Mr. 10:45; Ro. 3:24; Heb. 9:12, 15), indica liberación como resultado del pago de un rescate. No existía otra forma posible para salvar al pecador. La justicia de Dios tenía que ser satisfecha. Cualquiera que tenga dudas acerca del carácter necesario, objetivo, voluntario, expiatorio, vicario, y eficaz del acto realizado por el Amado del Padre, mediante el cual se ofreció a sí mismo en favor de su pueblo, debería hacer un cuidadoso estudio de los pasajes mencionados en C.N.T. sobre 1 y 2 Timoteo.
Esta redención implica: a. emancipación de la maldición, es decir, de la culpa, del castigo, y del poder del pecado (Jn. 8:34; Ro. 7:14; 1 Co. 7:23; Gá. 3:13), y b. restauración a la verdadera libertad (Jn. 8:36; Gá. 5:1). Fue además una redención por medio de su sangre, una redención que implicó substitución de la vida de uno en favor de otros. Esta era la única forma en que pudo realizarse la expiación. (Lv. 17:11; Heb. 9:22). Además, la única sangre por medio de la cual podría llevarse a cabo la redención era su sangre, la de un perfecto redentor. La sangre de los animales era puramente simbólica y típica (Sal. 40:6–8; Heb. 9:11–14; 10:1–4). No obstante, cuando se hace mención de la redención por su sangre, ella no debe separarse del sacrificio voluntario, total, de su vida, de su persona misma (Lv. 17:11; Is. 53:10–12; Mt. 26:28; cf. 20:28; 1 Ti. 2:6). Expresiones tales como “dio su vida”, “dio su alma”, y “se dio a sí mismo”, son sinónimas. Todas ellas indican que el Redentor fue constituido (y se hizo a sí mismo) ofrenda por el pecado (Is. 53:10; 2 Co. 5:21); que sufrió el castigo por causa del pecado; que esto lo hizo vicariamente, y que todo esto fue en favor de aquellos que por naturaleza eran “hijos de ira” (Ef. 2:3). Lo que acrecienta la gloria de este sacrificio aún más es el hecho de que aunque el Amado vino al mundo para realizar muchas obras, por ejemplo, calmar las enfurecidas olas, echar fuera demonios, limpiar leprosos, abrir los ojos de los ciegos, hacer oír a los sordos, alimentar multitudes, sanar enfermos, y aun resucitar muertos, sin embargo, el propósito fundamental de su venida fue buscar y salvar a los perdidos, darse a sí mismo en rescate por muchos (Is. 53:12; Mt. 20:28; Mr. 10:45; Lc. 19:10; 1 Ti. 1:15). En verdad, “de su alto trono Jesús vino a este mundo a morir”. No hemos de sorprendernos entonces que Pablo exclama, “Bendito (sea)”, o que Pedro exige a los que están a su cargo una agradecida respuesta por medio de una vida santa, añadiendo “sabiendo que fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir, que vuestros padres os legaron, no son cosas corruptibles como plata y oro, sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado” (1 P. 1:18, 19), o que los ángeles desean inquirir en los sufrimientos de Cristo y las glorias que les seguirían” (1 P. 1:11), o que los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos con sus mentes y corazones fijos en la infinita grandeza de su sacrificio exclaman por siempre, “Digno eres … porque fuiste inmolado y has adquirido para Dios con tu misma sangre, hombres de toda tribu, y lengua, y pueblo y nación” (Ap. 5:9), y aun que los millones de millones, y millares de millares de ángeles se unen a ellos al indescriptiblemente jubiloso coro alzando sus voces en exuberante adoración, exclamando, “¡Digno es el cordero que ha sido inmolado!” (Ap. 5:12).
Ahora bien, el propósito de esta redención fue “para que fuésemos liberados del pecado”. Fue con este fin fijo en su mente y corazón, que “derramó su sangre y murió en la cruz”. De ahí que Pablo dice, “el Amado, en quien tenemos redención por medio de su sangre”, el perdón de nuestras transgresiones. Estas dos—a. redención por medio de su sangre y b. perdón de las transgresiones—van juntas. La redención no estaría completa si no se procurase el perdón. Aun Israel en la antigua dispensación entendía esto. En el día de la expiación la sangre de un macho cabrío era rociada sobre el propiciatorio. El otro macho cabrío, sobre cuya cabeza eran confesados los pecados, era enviado lejos para nunca volver. Ahora aquí en Ef. 1:7 la idea de completa remoción del pecado constituye el significado mismo de la palabra, usada en el original, traducida por perdón (o remisión). Otros pasajes que proyectan luz sobre el significado son Sal. 103:12 (“cuanto dista el oriente del occidente, tanto ha alejado de nosotros nuestras transgresiones”), Is. 44:22 (“He borrado, como niebla, tus transgresiones, y como una nube, tus pecados; ¡vuélvete a mí, porque yo te redimí!”), Jer. 31:34 (“… y no me acordaré más de sus pecados”), Mi. 7:19 (“y tú arrojarás todos sus pecados a las profundidades del mar”), y 1 Jn. 1:9 (“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad”).
En lo concerniente a su derivación, la palabra que se traduce por transgresión significa caer al costado de. De ahí entonces, es una desviación de la senda de la verdad. Tal desviación puede ser de naturaleza grave o bien leve. En Efesios no queda excluida ninguna de ellas y todas es considerada como desviaciones graves, arraigadas en la naturaleza misma del hombre corrompido por la caída, según observamos en 2:1, “y a vosotros (os vivificó), aun cuando estabais muertos mediante vuestras transgresiones y pecados” (cf. 2:3, 5). Con referencia a la palabra perdón véase también C.N.T. sobre Colosenses, pp. 139–141.
Ahora bien, el perdón tiene lugar conforme a las riquezas de su (del Padre) gracia. El perdón y la gracia están en completa armonía. La norma establecida por la gracia de Dios determina la naturaleza de su perdón. En cuanto al significado de gracia véase sobre 1:2 más arriba; cf. también 1:6; 2:5, 7, 8. Obsérvese que el Padre no perdona meramente haciendo uso de, sino conforme a, las riquezas de su gracia. Valga la siguiente ilustración. Imaginemos a dos personas muy ricas. Al pedirles que contribuyan a una buena causa, ambos dan de sus riquezas. El primero, sin embargo, dona una cantidad miserable muy lejos de lo que de él se esperaba. Este, solamente da de sus riquezas, pero no conforme a ellas. El segundo es generoso con sus donaciones hacia cualquier causa noble. Da conforme al monto de su fortuna. Dios siempre da y perdona conforme a sus riquezas. ¡El, de veras, es rico! Su gracia hacia el indigno es de carácter infinito. [8]. El apóstol prosigue, que hizo sobreabundar para con nosotros en forma de toda sabiduría y discernimiento. En un pasaje similar (1 Ti. 1:14) el apóstol declara, “y ha sobreabundado la gracia de nuestro Señor, con fe y amor, que son en Cristo Jesús”. Así como en aquel pasaje se dice que la gracia ha encendido la fe y el amor, así aquí que la gracia inunda los corazones de los creyentes con sabiduría y discernimiento. Sabiduría es conocimiento en acción. Es la habilidad para aplicar el conocimiento a fin de conseguir los mejores resultados, capacitando a una persona para usar los medios más efectivos para alcanzar las más altas metas. El discernimiento (cf. Col. 1:9, entendimiento) viene como resultado de poner nuestro pensamiento en la revelación redentora en Cristo, el misterio de su voluntad, puesto que el apóstol prosigue: [9].… en que nos hizo conocer el misterio de su voluntad. Dios lo dio a conocer a Pablo (3:3) quien, a su vez, se regocija en el privilegio de darlo a conocer a otros. Además, la gracia santifica este conocimiento en el corazón de aquellos destinados a ser salvos. Pablo dice, “nos hizo conocer” (cf. “para nosotros”, en el v. 8), es decir, a mí mismo y a aquellos a quienes escribo (véase v. 1).
Hizo que sobreabundara su gracia … ¡en que nos hizo conocer el misterio de su voluntad! No la guardó para sí. El Padre no quiso que los santos y creyentes de Éfeso (y de todo lugar) fuesen como el pueblo de Samaria, descrito en 2 R. 7:3–15, que ignoraba acerca de sus riquezas. La más grande historia que jamás se haya contado, la de la gracia de Cristo, debe ser dada a conocer. En este aspecto, también, el verdadero evangelio difiere de “otros evangelios” de invención humana. En los días de Pablo ciertos cultos obligaban a sus devotos a hacer “tremendos juramentos” en el sentido de no revelar sus secretos a los no iniciados. Aún hoy día existen sectas que exigen a sus miembros hacer promesas similares bajo pena de horribles castigos en caso de incumplimiento. Fue la voluntad del Padre que el más sublime de los secretos fuese publicado a los cuatro vientos, y que penetrase profundamente en el corazón de los suyos. El plan de salvación de Dios, además, debía ser dado a conocer a fin de que fuese aceptado por la fe, puesto que es por medio de la fe que los hombres han de ser salvo.
Precisamente, ¿qué fue lo que Pablo quiso decir cuando mencionó “el misterio”? Aquí en Efesios la respuesta no se da hasta llegar al versículo 10, y aun allí el tema sólo queda introducido. No obstante, aunque breve, se nos dice que el misterio en el cual Pablo piensa es aquel concerniente a la voluntad de Dios, es decir, el deseo del Padre. El misterio y el deseo, el beneplácito, el propósito del Padre, forman una unidad. No se pueden separar, puesto que el misterio es el de su propósito eterno. Su revelación, también fue conforme a su beneplácito. Cf. 5 más arriba, donde la predestinación se atribuye también a su beneplácito. Según esto entendemos que el Padre, lejos de manifestar un amor inferior al del Hijo, ¡siente una especial satisfacción al preocuparse de todo aquello que necesita ser planeado a fin de hacer posible la salvación, plena y libre, de los hombres que se han sumergido en la miseria y ruina, y siente el mismo placer al darles también a conocer este maravilloso plan! ¿Por qué hemos de sorprendernos si el corazón de Pablo, henchido de un espíritu de adoración, exclama “Bendito (sea) el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”?
Luego el apóstol define este beneplácito añadiendo: el propósito que abrigó para sí mismo en él. La expresión “en él” debe significar “en el Amado”, según lo indica el contexto precedente. El Padre “nos ha bendecido con toda bendición espiritual … en Cristo” (1:3), “nos escogió en él” (v. 4), y “bondadosamente nos confirió su gracia en el Amado” (v. 6). Es natural, por tanto, que ahora se mencione que aquel propósito que abrigó para sí mismo fue “en él”. Ya se ha explicado más arriba cuál es el sentido de este propósito que el Padre abrigó en el Amado (véase sobre v. 4).
[10]. El beneplácito del Padre, el propósito que abrigó, el plan en que su alma se deleitó, trazado en la eternidad, iba a realizarse en el tiempo. De ahí que Pablo prosigue: para ser llevado a efecto en el cumplimiento de los tiempos. Literalmente, “para administración (o: para ejecución)”, etc. La expresión “cumplimiento de los tiempos” (o sazones) y otra similar (aunque no enteramente idéntica) en Gá. 4:4 indica el momento (Gá. 4:4) o el período (Ef. 1:10) cuando, por decirlo así, en el reloj de arena del decreto eterno de Dios se ha llenado la ampolleta inferior, esto es, cuando todos los tiempos precedentes y las sazones que el Padre ha establecido conforme a su propia autoridad se hayan completado (Hch. 1:7; cf. 17:26). Es, en otras palabras, “el tiempo apropiado”. Según podemos ver claramente en 1:20– 23, la referencia en el caso presente tiene que ver con toda la era del Nuevo Testamento, especialmente el tiempo que comenzó con la resurrección y coronación de Cristo. No llegará el fin hasta que el Señor, en su glorioso regreso, haya pronunciado y ejecutado juicio (1 Co. 15:24, 25). En conexión con esto, hacemos bien en enfatizar lo que hemos ya dicho, a saber, que tal misterio y propósito van juntos: la ejecución del propósito es la revelación del misterio puesto que fue precisamente el propósito de amor del Padre revelar lo que para el hombre era un misterio. Esta ejecución y revelación estaban destinadas a tener lugar, por tanto, en la era mesiánica presente.
El propósito llevado a cabo en la plenitud de los tiempos, el misterio entonces revelado, se expresa en las siguientes palabras: para reunir todas las cosas bajo una cabeza en Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra. Lo que Pablo dice aquí está amplificado en los vv. 20–22. Por tanto, no se hace necesario extenderse aquí sobre el particular. Es la misma doctrina que se desarrolla también en otras epístolas que pertenecen al mismo período de su prisión; véase especialmente Col. 1:20 y Fil. 2:9–11. En cuanto al misterio introducido aquí por el apóstol, pero que más tarde se desarrolla en forma muy detallada (2:11–22, aunque en este párrafo no se usa la palabra misterio; 3:1–13; obsérvese especialmente 4; 6:19), bástenos decir por el momento que este misterio está centrado en Cristo, y que un elemento de él es el que aquí se expresa, a saber, que literalmente todas las cosas, las cosas en el cielo, en la tierra, sobre nosotros, alrededor nuestro, dentro de nosotros, debajo de nosotros, todo lo material, han sido colocadas ahora bajo el dominio de Cristo. Este, sin duda alguna, es un misterio, puesto que nadie jamás lo hubiera descubierto si no se le hubiese revelado. “Ahora empero no vemos todavía todas las cosas sujetas a él” (Heb. 2:8). Es necesario nada menos que la fe—y en ninguna manera una fe débil—para “ver a Jesús coronado de gloria y honra” (Heb. 2:9), realmente gobernando el universo entero desde su celestial morada. Es como el Dr. Herman Bavinck lo expresa tan adecuadamente, “Observamos alrededor nuestro tantos hechos que no nos parecen razonables, tantos sufrimientos injustos, tantas calamidades inexplicables, tan extraña y desigual distribución de destinos, y un contraste tan grande entre los extremos de la alegría y la tristeza, que al reflexionar sobre estas cosas nos vemos forzados a elegir entre dos alternativas: ver el mundo gobernado por una ciega voluntad o deidad maléfica, como creen los pesimistas, o, basándonos en las Escrituras y mediante la fe, descansar en la soberana y absoluta voluntad— aunque incomprensible—sabia y santa de Aquel que algún día hará que la plena luz de los cielos amanezca sobre los misterios de la vida” (The Doctrine of God, mi traducción del holandés; Grand Rapids, Mich., segunda impresión, 1955).
El hecho de colocar todas las cosas bajo una cabeza en Cristo, de tal modo que ellas no se puedan deslizar por sí mismas, sino que estén bajo el gobierno del Señor, se enseña en muchos pasajes de las Escrituras. El mediador que ha sido exaltado vive y reina (Ap. 20:4), recibiendo la adoración de todos los redimidos y de todas las huestes angélicas (Ap. 5). Pero los pensamientos de este gran Unificador se dirigen también a la tierra, tanto que, en realidad, no solamente intercede por los suyos que todavía se hallan sujetos a conflictos y agitación (Ro. 8:34), sino que aún vive para interceder por ellos (Heb. 7:25), y está actualmente preparando lugar para ellos (Jn. 14:2). Imparte dones a los hombres (Ef. 4:8), realiza obras de sanidad (Heb. 3:6, 16), y por medio de su Espíritu mora en medio de “los siete candeleros” (Ap. 1:13). El hecho de morar entre ellos es algo activo y produce frutos de santificación en la vida de los creyentes (Ef. 3:17–19). Al mismo tiempo Cristo batalla victoriosamente contra el dragón (Satanás) y sus aliados (Ap. 17:14), y, sobre todo, gobierna el universo entero en favor de su iglesia (Ef.1:22).
2° Titulo: Sólo en la mente de Dios se pudo forjar el plan de salvación. Versículos 34 y 35. Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? (Léase: 1ª a los Corintios 2:16. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo. ▬ Job 11:7. ¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?).
La incapacidad de la humanidad para comprender sus pensamientos (11:34–35)
Tres preguntas retóricas en estos versículos van más allá sobre este tema de no entender completamente a Dios y sus caminos. Las dos primeras preguntas aluden a Isaías 40:13, parte del conocido punto de inflexión de Isaías que comienza, “¡Consuelen, consuelen a mi pueblo!” (40:1). El rescate en los días de Isaías parecía imposible, porque los babilonios parecían invencibles. Dios le estaba recordando a su pueblo que no deben cuestionar sus acciones y que confiaran en él. Puede que Pablo tenga toda esa sección en mente, y traza un paralelo a su época en el que la liberación también parece imposible.
Sin embargo, ahora que Cristo ha venido, Dios va a salvar a Israel de una manera mucho más significativa. Una vez más, nadie “ha conocido la mente del Señor”, y nadie “ha sido su consejero”. Dios es realmente incomprensible, y nosotros los seres humanos solo podemos mirar con asombro mientras hace su trabajo y realiza su voluntad.
Nosotros mismos no podemos hacer frente al complejo mundo que nos rodea. Pero Dios en Cristo nos da el Espíritu, por lo que la capacidad de hacer frente a este mundo se basa en un acto trinitario. El conocimiento de Dios de la historia de la salvación, es decir, cómo la salvación de Dios nos guía a través de la historia mundial, es absoluta mientras que la nuestra es finita e inadecuada. Ninguno de nosotros puede ser “su consejero”. En cambio, dependemos de su conocimiento y su voluntad, por lo que debemos conducir nuestras vidas a una completa dependencia de Cristo y seguir la guía del Espíritu en cada área de nuestras vidas.
La tercera pregunta retórica (v. 35) es la paráfrasis de Pablo del texto hebreo en Job 41:11, “¿Quién le ha dado primero a Dios para que luego Dios le pague?”. En Job esto se encuentra cerca del final del discurso de Yahvé (Job 38–41), en donde le dice a Job que es soberano, sobre todo. Esto casi podría llamarse la moraleja de la historia en Job: “Todo lo que está debajo del cielo me pertenece”. Job está confundido y le pregunta a Dios por qué y cómo todo en este mundo se ha vuelto contra él. Como Job duda de la sabiduría de Dios, Dios declara que solo él tiene la sabiduría para supervisar este mundo y también los asuntos de Job. Se le dice a Job que entregue su vida a la sabiduría suprema de Dios.
Pablo es fiel a Job aquí, porque “dado” significa “dar de antemano”, obligando así a Dios a pagarnos. Nadie ha podido dar nada a Dios de tal manera que se haga una deuda que requiera que Dios nos pague. Dios no le debe nada a nadie. La sabiduría y el conocimiento de Dios (v. 33) están completamente más allá de nosotros (v. 34), sin embargo, vienen a nosotros como un regalo gratuito de su parte (v. 35).
Comentario de 1ª a los Corintios 2:16. Porque ¿Quién ha conocido la mente del Señor como para instruirle? En cambio, nosotros tenemos la mente de Cristo.
▬ a. Fuente. Este versículo confirma la atrevida declaración que Pablo acaba de hacer (v. 15). Según su costumbre, Pablo fundamenta sus enseñanzas citando la Escritura, la que considera su corte de apelaciones. Ahora cita dos líneas separadas de Isaías 40:13, según la versión griega del texto hebreo (cf. Jer. 23:18; Sabiduría 9:13). En otro texto, Pablo cita el pasaje completo del Antiguo Testamento en forma sucesiva (véase Ro. 11:34). Pero aquí deja fuera una línea del texto de la Septuaginta, esto es, deja fuera «¿Quién ha sido su consejero?». Las dos líneas que cita «¿Quién ha conocido la mente del Señor» y «como para instruirle?» difieren ligeramente del texto hebreo, que dice: «¿Quién entendió la mente de Yahvé?» y «¿A quién consultó Yahvé para aprender?».
▬ b. Significado. ¿En qué forma este pasaje del Antiguo Testamento prueba el punto de Pablo? La palabra clave de esta cita es mente, la cual apunta a Dios y a Cristo. Lo que se implica aquí es que la mente de una persona espiritual debe armonizar con la mente de Dios. Cuando el ser humano es controlado por el Espíritu de Dios, su interés está en cumplir la ley de Dios, hacer la voluntad de Dios y reflejar la gloria de Dios. El Señor conoce al hombre y lo instruye, pero sería absurdo pensar que el hombre es capaz de conocer a Dios y de instruirle. ¿Quién tiene la autoridad como para hacer una evaluación de la ley de Dios? En su epístola, Santiago escribe que «si alguien habla mal de su hermano, o lo juzga, habla mal de la ley y la juzga» (4:11), a lo que añade que Dios es el único Legislador y Juez (4:12). Con todo, la persona en la que reside el Espíritu de Dios posee un conocimiento espiritual que lo guía y dirige en esta vida.
Pablo afirma que, como creyentes, nosotros tenemos la mente de Cristo. En los versículos anteriores, los verbos en primera persona plural tenían un significado inclusivo. Por tanto, cuando aquí se dice tenemos, Pablo apunta a sí mismo, al resto de los apóstoles y a los creyentes que han oído de ellos el evangelio. El escritor de la Epístola a los Hebreos declara en forma concisa: «Esta salvación que fue anunciada primeramente por el Señor, y los que la oyeron nos la confirmaron» (2:3). Por consiguiente, la expresión mente de Cristo apunta al hecho de que los creyentes conocen a Cristo por medio de la obra del Espíritu y por apropiarse del mensaje evangélico.
Que la mente de Cristo, mi Salvador,
viva en mí todos los días,
todo lo que hago y digo
está dominado por su amor y poder.
—Kate B. Willinson
Consideraciones prácticas en 2:15–16
¿Insinúa Pablo que el cristiano que ora fervientemente pidiendo el don del Espíritu, está libre de errores? No creo, porque muchos creyentes darán testimonio de que a causa de un descuido tuvieron que sufrir por muchos años. Sólo Jesús estuvo libre de error en su ministerio terrenal. Sus seguidores tienen que confesar con humildad que sus vidas están lejos de ser perfectas.
El pueblo de Dios, que ha sido redimido por la obra de Jesucristo, ha sido llamado a amar a Dios con todo su corazón, alma y mente, y a amar a su prójimo como a sí mismos (Mt. 22:37–39). Lo hacen para expresar su gratitud a Dios por la salvación que Cristo les ha dado. Deben orar que el Espíritu Santo, que mora en ellos, los acerque más a Jesucristo. Tener comunión con Cristo quiere decir que tienen la mente de Cristo y que desean servirle por gratitud.
3er Titulo: A Dios Creador y Redentor, le pertenece todo y es digno de toda gloria. Versículos 36. Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Léase: San Juan 1:1 al 4. En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. ▬ 1ª a los Corintios 8:5 y 6. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios; de manera que exhortamos a Tito para que tal como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros esta obra de gracia.).
La majestad universal de Dios (11:36)
Todo lo que Pablo ha dicho en este himno doxológico (vv. 33–35) se basa (hoti, “porque”) en el hecho de que Dios es la fuente (ek, “de”), el instrumento (día, “proceden”) y meta (eis, “para”) de “todas las cosas” (cf. 1Co 8:6 de Dios, Col 1:16–17 de Cristo). Esto subraya la soberanía de Dios sobre todas las cosas en la creación y proporciona un clímax adecuado no solo para esta doxología sino también para todo Romanos 9–11. Dios determina todo en su orden creado, por lo tanto, aunque nadie puede conocer su mente, pueden confiar en su mayor sabiduría puesta a disposición de sus seguidores. Él es el único que revela toda la verdad, por lo que nadie puede ser su consejero, pero pueden escuchar y seguir su consejo. Él es el único dador y soberano sobre la historia de la salvación.
Solo puede haber una conclusión: “¡A él sea la gloria por siempre!”. El que nos ha dado la salvación y nos hizo sus hijos, que ha unido a judíos y gentiles y ha unido a la humanidad caída en Cristo, es quien merece gloria sobre todo lo demás. Como dice la Confesión de Westminster, Dios creó a la humanidad para “glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre”. Es nuestro privilegio magnificar su nombre y disfrutar de su presencia amorosa en cada momento de nuestra vida aquí en la tierra. Pablo cierra con “amén”, que afirma la validez y hace eco de la verdad de la doxología (véase 1:25; 9:5).
Este último párrafo en Romanos 9–11 es la promesa más sorprendente hasta ahora, una revelación verdaderamente apocalíptica del verdadero futuro para Israel. Es la pieza final del rompecabezas, que nos dice no solo que Dios cumplirá sus promesas de pacto con su pueblo elegido, sino que también hay un futuro nacional, un avivamiento enviado por Dios que garantizará una recompensa eterna para los fieles. La realidad prometida, que tuvo que traer lágrimas a los ojos de Pablo, fue que incluso la dureza actual experimentada por la gran mayoría de los judíos tenía un propósito redentor. El éxito de la misión gentil, lejos de ser un juicio destinado a alejar a Israel de Dios, tenía la intención de dar celos a Israel y conducir esto a una misión judía renovada que culminaría en la salvación nacional al regreso de Cristo.
También debemos reconocer que el propósito final de Dios es la salvación de todos los pueblos, judíos y gentiles (v. 32). No es que la misión de los gentiles solo tuvo lugar cuando el pueblo judío rechazó a Cristo. La razón por la que Dios hizo de Abraham y su descendencia el pueblo elegido fue para que pudieran ser el canal de bendiciones a los gentiles (Génesis 12:3). Si Israel hubiera obedecido este mandato, la misión de los gentiles ya se habría llevado a cabo en la época de Pablo. Aun así, la misión gentil no era un fin en sí misma, sino un medio para un fin más amplio: la conversión judía y una iglesia mundial compuesta por todos los grupos traídos a un nuevo Israel en Cristo.
En estos capítulos, Pablo ha tratado un tema extremadamente difícil, y con la doxología de los versículos 33–36, quiere que sus lectores sepan que conoce muy bien nuestro conocimiento finito sobre la soberanía divina y la responsabilidad humana. La clave es reconocer que toda verdad es la verdad de Dios, y debemos rendirnos ante su gran sabiduría sobre tales asuntos. Dios tiene toda la verdad, nosotros no, así que debemos rendirnos a la mente de Dios. A medida que entablamos un debate sobre cuestiones como la seguridad del creyente o la predestinación, debemos tener en cuenta esta maravillosa doxología y dejar de destruir la armonía de la iglesia con un debate interminable sobre el dogma teológico que nunca podremos entender por completo.
Comentario del Evangelio según San Juan 1:1 al 4: Este Evangelio empieza maravillosamente. Comienza describiendo la vida de Cristo en la eternidad, antes de que el mundo existiera. Aquella vida era rica y gloriosa, llena de infinita delicia y serena bienaventuranza en la presencia del Padre. Si se comprende esta verdad, se apreciará con más intensidad el amor condescendiente de Cristo al hacerse carne.
[1:1] En el principio—cuando los cielos y la tierra fueron creados (Génesis 1:1) el Verbo ya existia. Esta es otra manera de decir que existía desde la eternidad. No fue, como algunos herejes afirmaban, un ser creado.
Era el Verbo. Tanto Juan como los herejes hablaron sobre el Verbo (ὁ λόγος); pero aunque el vocablo era el mismo, el significado era diferente. La doctrina de Juan no dependía de las doctrinas de herejes ni de las de filósofos especulativos como Filón, notable pensador de Alejandría que se destacó en el primer siglo de nuestra era. Uno nunca sabe qué hacer del logos de Filón. Aunque emplea este término más de mil trescientas veces, nunca le da un significado definido. En ocasiones lo describe como un atributo divino, pero a veces es como un puente entre Dios y el mundo, que no se identifica con ninguno de los dos pero que participa de la naturaleza de ambos. Filón alegorizaba y ello hace difícil la comprensión de su significado. Así, por ejemplo, al considerar, en su comentario de Génesis 3:24, a los querubines armados de una espada de fuego a la entrada del Edén para impedir el acceso al árbol de la vida, Filón los interpreta como dos potencias divinas: la misericordia y la soberanía de Dios. La espada es el Logos o la Razón que une a ambas. Balaam, el profeta necio, no tenía espada (Razón), ya que le dijo al asno: “Ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataría” (Sobre el Querubín XXXII).
Desde luego, el término, tal como el evangelista lo emplea, no puede derivar su significado de una alegorización semejante. Sus raíces no están en el pensamiento griego sino en el semita. Ya en el Antiguo Testamento se presenta al Verbo de Dios como Persona. Véase especialmente Sal. 33:6: “Por la palabra de Jehová (LXX: τῷ λόγῳ τοῦ κυρίου) fueron hechos los cielos”. El mejor comentario de Juan 1:1 se encuentra probablemente en Pr. 8:27–30:
- “Cuando formaba los cielos, allí estaba yo;
- Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo;
- Cuando afirmaba los cielos arriba,
- Cuando afirmaba las fuentes del abismo;
- Cuando ponía al mar su estatuto,
- Para que las aguas no traspasasen su mandamiento;
- Cuando establecía los fundamentos de la tierra;
- Con él estaba yo ordenándolo todo;
- Y era su delicia de día en día,
- Teniendo solaz delante de él en todo tiempo”.
El término Verbo aparece en el Nuevo Testamento, para designar a Cristo, sólo en 1:1, 14; 1 Jn. 1:1; y Ap. 19:13. Una misma palabra sirve para dos propósitos distintos: a. da expresión al pensamiento interno, al alma del hombre, haciéndolo aún sin que haya nadie para oír lo que se dice o para leer lo que se piensa; y b. revela este pensamiento (y por lo tanto el alma del que habla) a otros. Cristo es el Verbo de Dios en ambos sentidos: expresa o refleja la mente de Dios; y también revela lo que es Dios al hombre (1:18; cf. Mt. 11:27; He. 1:3).
Y el Verbo estaba cara a cara con Dios (πρὸς τὸν θεόν). El significado es que el Verbo existía en la comunión más estrecha posible con el Padre, y que aquél hallaba supremo deleite en esta comunión. (Cf. 1 Jn. 1:2). Este gozo original se había imprimido tan profundamente en el Logos que nunca se borró de su conciencia, como se evidencia en su oración sacerdotal:
“Ahora pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.
De este modo la encarnación empieza a destacarse más claramente como una obra de infinita condescendencia e incomprensible amor.
Y el Verbo era Dios. Para hacer recaer todo el énfasis en la absoluta divinidad de Cristo, en el original el predicado precede al sujeto. (και θεός ἦν ὁ λόγος). En oposición a todo hereje debe quedar bien claro que este Verbo era completamente divino.
[2]. Este mismo estaba en el principio cara a cara con Dios. Este Verbo absolutamente divino, que existía desde la eternidad como una Persona distinta, gozaba de amorosa comunión con el Padre. De esta forma se confiesa una vez más la plena divinidad de Cristo, su eternidad, y su existencia personal y distinta, para refutar a los herejes y para que la iglesia quede afirmada en la fe y el amor de Dios.
[3]. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él ni una sola cosa de lo que existe llegó a ser. Todas las cosas, una a una, fueron creadas por medio de este Verbo divino. Así, la gran verdad de que Cristo creó todas las cosas (puesto que en las obras externas las tres Personas cooperan) se afirma en primer lugar positivamente y desde el punto de vista pasado. Enunciado negativamente y desde el punto de vista del presente se expresa así: “… y sin él ni una sola cosa de lo que existe llegó a ser”.
Aquí se hacen resaltar dos hechos: a. que el mismo Cristo no fue creado; existía eternamente (para expresar este pensamiento se emplea cuatro veces el tiempo imperfecto en los versículos 1 y 2); y b. que todas las cosas (contempladas distributivamente, una a una sin ninguna excepción) fueron creadas por él (aquí se hace uso del aoristo).
[4]. En él estaba la vida. No dice a través de sino en, igual que en 5:26; 6:48, 53; 11:25. La cláusula “en él estaba la vida” significa que desde toda la eternidad y a través de la antigua dispensación la vida residía en el Verbo. Por ello el mejor texto tiene “estaba”, y no “está”.
¿Qué significa aquí la palabra vida? ¿Se refiere directamente a toda clase de vida, sea física o espiritual, sea la vida de una mariposa o la de un arcángel?
La vida física, sin embargo, no reside en la segunda persona de la Trinidad. Dios no es físico en ningún sentido (cf. 4:24). Por otra parte, es una buena regla exegética ver si un término queda explicado cuando se prosigue la lectura. Aplicando dicha regla en este caso, el resultado es el siguiente:
La vida se identifica con la luz de los hombres (1:4b). Esta luz resplandece en las tinieblas y no la hacen suya los hombres pecadores (1:5). El Bautista da testimonio en relación a esta luz (versículos 6, 7). Él no era la luz original y perfecta, ante cuya brillantez, cualquier otra luz palidece, sino que vino para dar testimonio respecto a la luz (versículos 8,9). Ahora esta luz queda identificada como Aquél a quien el mundo rechaza pero que es aceptado por los hijos de Dios (versículos 10–13).
De este contexto se desprende claramente que los términos vida y luz pertenecen a la esfera espiritual. Además, tanto en el cuarto Evangelio como en la Primera Epístola, el término vida (ζωή) siempre (54 veces) pertenece a esa esfera. A veces aparece intercambiado con la expresión “vida eterna” (5:24). Cuando alguien posee realmente esta vida, experimenta una íntima comunión con Dios en Cristo (17:3). El significado es similar en el libro de Apocalipsis (libro de la vida, agua de la vida, árbol de la vida, corona de la vida).
De todo esto parece evidente que el término se refiere básicamente a la plenitud de la esencia de Dios, a sus gloriosos atributos: santidad, verdad (conocimiento, sabiduría, veracidad), amor, omnipotencia, soberanía. Esta vida completa y bendita de Dios ha estado presente en el Verbo desde la eternidad y a través de toda la antigua dispensación: “En él estaba la vida”.
Pero aunque esta vida como es absolutamente espiritual y no hay en ella nada de carácter físico, ella es, sin embargo, la causa, fuente, o principio de toda vida, tanto física como espiritual. El universo le debe su existencia: “Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él ni una sola cosa de lo que existe llegó a ser (versículo 3); incluyendo por supuesto a la humanidad (versículo 10). Es cierto, desde luego, que esta luz es también la fuente de la revelación general. Este contexto, no obstante, no hace mención específica de esta idea. Está implícito, por supuesto, pero no se expresa. En el contexto presente (Prólogo de Juan) la vida de Dios en Cristo, a la cual todas las cosas y todos los hombres deben su existencia, se representa como la fuente de la iluminación de los hombres en cuanto a asuntos espirituales y de la salvación eterna de los hijos de Dios. Lo que tenemos aquí es un contexto del evangelio. De ahí que leemos:
Y esa vida era la luz de los hombres. Cuando la vida se manifiesta se llama luz, ya que la característica de la luz es resplandecer. Desde la caída, que ya está implícita en la última cláusula del versículo 4, aquella luz fue anunciada a los hombres. La humanidad se caracterizaba por las tinieblas, la maldad y el odio, todo lo cual es lo opuesto de la luz. Durante la antigua dispensación se proclamó a los hombres (especialmente a Israel; véase la explicación de los versículos 10, 11) el amor y la verdad de Dios en Cristo. Amor y verdad son sinónimos de luz, (véase 3:19–21 tanto para sinónimos como para antónimos; también 1 Jn. 2:8–10.) Por supuesto, no debemos limitar el significado del término luz a estos dos atributos únicamente (amor y verdad); éstos más bien representan todos los atributos de Dios. En la obra de la salvación todos los atributos divinos se mostraron. Fueron proclamados a los hombres pecadores.
Comentario de 1ª a los Corintios 8:5-6. Porque aún si hay los así llamados dioses, sea en el cielo o en la tierra, como por cierto hay muchos dioses y muchos señores.
En este versículo, Pablo escribe la primera parte de una oración concesiva, pero la deja incompleta. En el versículo 6 empieza una nueva oración. Esto se debe a la estructura poética del versículo 6 y la falta de una transición suave entre ambos versículos.
¿Qué quiere decir Pablo, cuando afirma que están los así llamados dioses en el cielo o en la tierra? ¿No contradice así la confesión que los corintios acaban de hacer respecto a que sólo hay un Dios? De ninguna manera. Pablo usa vocabulario gentil cuando habla de dioses en el cielo o en la tierra. Pero al introducir la expresión los así llamados pone en tela de juicio la realidad de estos «dioses». Al igual que el salmista, Pablo repudia a los dioses que los gentiles adoran.10 Afirma que esos dioses sólo existen en nombre; carecen de autenticidad. No pueden pretender ser divinos, porque sólo Dios gobierna supremo en los cielos y en la tierra. Aunque la gente adora a Satanás, a quien Jesús llamó príncipe de este mundo (Jn. 12:31; 14:30; 16:11). Satanás no es ni jamás llegará a ser divino.
Los gentiles adoraban a numerosos dioses y señores. Adoraban a dioses que moraban en el cielo, en la tierra y el mar. La expresión señores quizá apunta a seres espirituales de menor rango y que se veían como subordinados a los dioses.
[6]. con todo, para nosotros hay un Dios el Padre, de quien proceden todas las cosas y para quien vivimos, y un Señor Jesucristo, a través del cual son todas las cosas y a través de quien vivimos.
Como este versículo aparece en la forma de un credo, los eruditos discuten si fue Pablo el que lo compuso. Algunos opinan que él es el autor, mientras otros creen que lo tomó prestado. ¿Escribió Pablo estas palabras o está citando una fórmula confesional que era común en las comunidades judías helénicas de la iglesia cristiana? La evidencia no es concluyente.
No obstante, en sus cartas Pablo demuestra que tiene la habilidad de componer afirmaciones doctrinales, lo que no nos permite excluir la posibilidad de una autoría paulina. Por ejemplo, Pablo es capaz de dar expresión a sus declaraciones doctrinales sobre la resurrección de los muertos (p. ej., véase 15:12–18, 42–44).
▬ a. «Con todo, para nosotros hay un Dios el Padre». Pablo contrasta al único Dios y Padre con los llamados dioses. Los paganos tenían dioses en el cielo, la tierra y el mar. Pablo afirma, sin embargo, que nuestro Dios es uno y que no está confinado a un lugar, sino que está en todas partes (cf. Sal. 139:7–10).
En los evangelios y hasta en el libro de Hechos (1:4, 7), Jesús enseña a sus discípulos a que se dirijan a Dios llamándolo Padre (Mt. 6:9). Cuando se refiere a Dios, repetidamente usa ese apelativo. Dios y el Padre son uno. El apóstol nota asimismo que Dios es Padre tanto de Jesús como de los creyentes. Con el término Padre, Pablo sugiere el concepto de familia y nos da a entender que somos hijos de Dios.
▬ b. «De quien proceden todas las cosas y para quien vivimos». Cuando Pablo se dirigió a los gentiles de Lista y Atenas, les enseñó que Dios creó el mundo (véase Hch. 14:15–17; 17:24–31). Pablo instruye doctrinalmente a los cristianos de Corinto, diciendo algo que corresponde a lo que dijo en el areópago: «De él somos descendientes» (Hch. 17:28). También hacía énfasis en que todas las cosas vienen de Dios cuando vivimos para él (Ro. 11:36).
En el griego, la frase todas las cosas abarca toda la creación sin que nada quede excluido. Todo lo que existe fue creado por Dios. Estas palabras también aparecen en otra carta en la que Pablo presenta a Cristo como creador del universo (Col. 1:16; y cf. Jn. 1:3; Heb. 1:3). De manera que, Dios el Padre creó todas las cosas por medio de su Hijo, el Señor Jesucristo. Debemos nuestra existencia a Dios el Padre y, por eso, vivimos para él.
▬ c. «Y un Señor Jesucristo, a través del cual son todas las cosas». Notemos que Pablo llama Señor a Cristo, pero no lo llama Dios. Al mismo tiempo, al decir que él es creador y redentor, da a entender que es divino. Aquí Pablo camina con cuidado, para que no vayan a acusarle de contradecir su afirmación anterior que Dios es uno. No obstante, enseña que Jesús es divino y eterno, al afirmar que todas las cosas fueron creadas por él.
▬ d. «A través de quien vivimos». Esta última parte tiene que ver con la redención que Cristo nos ha comprado. Cristo nos ha creado y redimido, así que vivimos por él. En unas cuantas líneas paralelas, Pablo enseña las doctrinas de Dios, Cristo, la creación y la salvación. Suponemos que los corintios conocían estas doctrinas.
Suponiendo que Pablo compuso estas líneas, no hay razón para no pensar que sus lectores las aprendieron, memorizaron y adoptaron fácilmente. El paralelismo es notable, y en su sencillez comunican profundas verdades espirituales que fortalecen la fe cristiana.
Amén, para la honra y gloria de Dios.
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